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martes, 25 de enero de 2011

LA ELEGIA DE LOS AHORCADOS

(Poema al estilo Chocano dedicado muy afectuosamente a la penúltima víctima del dulce dogal, mi amigo Alfredo Salinas)

Lentamente, lentamente,

como moscas que cayeran en las mieles de un papel,

con smokings alquilados, van cayendo, van cayendo

en el tálamo nupcial, los muchachos esforzados

de la vieja editorial.

De la Fuente, de la fuente el primero,

aguerrido caballero,

que con gesto adusto y fiero

y un escudo virreinal,

frente al cura, poseído

de la mágica locura,

puso en torno de su cuello

la dulzura del dogal.

Luego Chávez como imagen rediviva

de aquel indio gigantesco

que en las naves del hispano vio cautiva

su prosapia principesca

o al igual que un zopilote

que por rara complacencia

del destino se vistiera de chaqué,

tieso y serio cual popote,

ante fina concurrencia

que pensaba. . . no se qué,

el camino de la uncida caravana

principió.

Mas las alas de la suerte,

de esa suerte adversa y ruda

que los árboles desnuda

con el beso de la muerte,

ya reclama, ya reclama

otra víctima propicia

que mitigue la avaricia

del ministro que proclama

la delicia del perfecto matrimonio,

de ese lazo casto y puro

que, seguro, no lo rompe ni el demonio.

Y Salinas es la víctima elegida

para el clásico ritual,

sus pupilas sibilinas

se emborrachan de quimeras

con el vino azul violeta

de unas lánguidas ojeras

y su boca criticada de sensual,

frunce inquieta

vago gesto de pecado capital.

Ya la zarpa, esa zarpa

que disfruta sus rudezas

con besitos y ternezas

y con música de arpa,

esa zarpa que se inicia con caricias

y tibiezas y recónditas delicias,

ha tapado con su sombra

la figura diminuta

del marqués que nos asombra

realizando su ca. . . charro,

y su pase reclamando,

no aceptando ni un cigarro

que ha dejado de fumar

y se afana y a Dick Tracy bien le tupe;

porque en fecha no lejana

según supe, un jacal se va a comprar.

Lentamente, lentamente

como moscas que cayeran en las mieles de un papel,

van cayendo, van cayendo

en el tálamo nupcial,

los muchachos aguerridos

de la vieja Editorial.

Por la noche, poco a poco,

cobra pálidos perfiles

la silueta de un guerrero

aventurero, mal vestido

que el tobillo ve ceñido

por el trágico grillete de la paz matrimonial.

Y del fondo de la noche,

como lúgubre gemido,

como trágico reproche

que se trueca en alarido

y desgarra con su garra

el silencio sepulcral,

su voz hueca y retumbante,

repercute resonante

en la vieja Editorial.

¿Que se hicieron

esos bravos paladines

del ensueño y la locura,

esos pálidos donceles

que prendidos de las crines

de los líricos corceles

galoparon a la luna?. . .

¡¿Dónde están?!. . .

Y otra voz que tal parece

que viniera desde Otumba

le responde con un tono

mitad ira, mitad zumba

que se clava con encono:

- ¿Dónde están!. . .

Ni sus huellas nos dejaron

que se ahorcaron, que se ahorcaron, capitán!.

El borlote ya olvidaron,

en burgueses se tornaron

sólo piensan en el gasto,

en el pago de la gata

que reclama buena plata,

en comprar aqueste trasto

que sus dueñas encargaron,

en la luz y el abonero,

en el próximo sombrero

que reclama la costilla

que en sus trece se encastilla,

en ganar mucho dinero

y en empeño tesonero

de lograr algo que chilla.

No disparan ni un helado;

porque piensan que es pecado

el gastarse un quinto fuera

del hogar que los espera.

Ya no corren tras las damas enlutadas

y se pasan las veladas

muy modosos en casita

contemplando la exquisita

figulina de la esposa

con mirada enternecida y amorosa.

Ya dejaron el deporte

de jugar con las mujeres

y prefieren los placeres

de reñir con la consorte.

Ya no gustan de ese juego

que en las venas pone fuego

y en los labios madrigales

y muy serios y formales

del boliche forman clubes

como cándidos querubes.

Su moral se fortalece,

un dramón los enternece

y detestan esa impura,

sicalíptica lectura

que nos da “Caricatura”

Como Torres no comulga

con sus ruedas de molino

lo apabullan como a pulga

con furioso desatino

y en sus críticas tonantes

le adjudican cinco amantes

cuando acaso, sólo una

le concede su fortuna.

¡No!, mi cuate compañero de ultratumba,

es dislate el que esperes visionario

encontrar un legionario

que le tupa a las mujeres y a la rumba

que en los ámbitos sombríos de éste lúgubre salón

los que fueron . . . ¡ YA NO SON ¡

Es forzoso que dolido reconozcas

que los cóndores del nido

ya cayeron, ya cayeron

como moscas y es inútil

recordarles la inconsútil

dulce trama que se llama

¡VACILON!.

¡Los que fueron

Oh guerrero –

aventurero

¡YA NO SON!

Dan las seis de mañana,

es abierta una ventana

en el lúgubre salón

por la mano temblorosa,

bien mugrosa,

del gran Chon

y a la luz de la alborada,

con sonora carcajada

las dos sombras se escabullen

exclamando al tiempo que huyen

Lentamente, lentamente,

Como moscas que cayeran en las mieles de un papel,

Van cayendo, van cayendo

Con smokings alquilados

En el tálamo nupcial

Los muchachos esforzados

De la vieja Editorial.

(Derechos Adquiridos) (PROHIBIDA LA REPRODUCCIÓN)

(No se admiten comentarios en prosa)

Luis Manuel Torres

1939.

L I B E R A C I O N

Me he evadido de un hombre implacable y sombrío

que cotidianamente me flagela en la estrecha

prisión en que se agosta mi vida inútilmente

y en donde sólo se de silencio y de frío,

de sombras y mendrugos, ignoro que pecado,

que crimen tan monstruoso puedo haber cometido,

por lo que todo aquello que antaño fuera mío,

la música, la luz, el color, las estrellas,

sistemáticamente me es ahora vedado.

Mis ojos, poco a poco, perdiendo van su intensa

mirada y en mis labios ya se marcan las huellas

de un rictus de amargura, y hay una sed inmensa,

sed de tierra mandita, de náufrago extenuado.

que ha bebido el veneno de las aguas del mar;

mis manos antes sabias en el sutil cariño,

hoy acaso no pueden volver a acariciar;

se va volviendo viejo mi corazón de niño

y es torpe balbuceo mi anhelo de cantar.

Me he evadido, señora; aproveché un instante

en que los ojos malos del hombre que me apresa

se hicieron casi buenos; no sé si aquél brillante

fulgor de sus pupilas, era una llama obsesa,

maliciosa, taimada una burla a mi empeño

de librarme de él, si vierais. . .¡es un hombre

muy raro quién me guarda!, antes siempre risueño,

hoy, siempre pensativo. A veces dice un nombre

y al escucharlo siento no sé porqué un extraño

y dulce sobresalto. El lo nota, señora,

lo nota y me fustiga y al poner en el daño

inconcebible saña, mi carcelero llora

y delatan sus ojos tan amarga expresión

que mi rencor decrece y pienso enternecido

que al herirme flagela su propio corazón.

Otras veces, señora, con un gesto abatido

Se me acerca y clavando, cual dos turbias saetas,

Su mirada en mis ojos, se disculpa pueril.

¡mientras que habla, sus manos, temerosas, inquietas,

me sugieren dos raras arañas de marfil.

Vagamente recuerdo- ¡cuánto tiempo ha pasado!-,

que antaño no tenía las sienes entre canas,

tan áspera la voz, ni ése andar tan cansado,

ni ése extraño mirar. Son cosas tan lejanas

que me llegan borrosas cual si hubiesen cruzado

una espesa neblina o empapado se hubieran

en una tinta gris. . .

Es absurdo, no obstante,

fue muy cierto, señora; quería que florecieran

las rosas en otoño, que el astro cintilante

se volviera cantar y decía jubiloso

que llevaba una llama dentro del corazón.

Y lo extraño del caso, lo absurdo, lo asombroso;

¡era que en mí sentía la llama y la canción!.

¡Como duele el recuerdo, cómo duele Dios mío,

cuando antaño hubo risas y hogaño hay amargura!.

Su cerebro se ha vuelto calculador y frío

y ni un vestigio queda de su antigua locura.

Libertadme, señora, mi torvo carcelero

dormita, pero puede, de pronto, despertar,

y ha de ser mi castigo sumamente severo

si sabe que he venido piedad a suplicar.

cierto es que yo tampoco gusto del plañidero

lamento que mendiga, ni es mi empeño, señora,

llevarme un despectivo: “Anda con Dios, hermano”

que envilece al que brinda y envilece al que implora

y hace que sea una braza la moneda en la mano.

Si os hablo de mi pena también la de él os digo,

-¡más es lo que ha perdido que lo que yo perdí!-,

comprendedlo, señora, no soy ningún mendigo

pues en verdad os pido, más por él que por mí.

No sé por cual prodigio pude evadirme ahora

del hombre que me apresa en su estrecha prisión,

fuerza es ya que retorne. . . Libertadme, señora,

vos tenéis el secreto de mi liberación,

es el vuestro ese nombre que su boca murmura

y sois vos el motivo de su amarga obsesión.

Si efectúas el milagro, señora, su locura

le encenderá una llama dentro del corazón,

vos tendréis un tesoro de amor y de ternura

y yo lanzaré a los vientos mi más bella canción.

Luis Manuel Torres

1957.