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lunes, 24 de marzo de 2008

LA PATRIA ES PRIMERO

Señor, estoy avergonzado,
no en lo que a mí concierne
porque siempre he tratado,
dentro de mis pocas fuerzas,
de obedecer fielmente
esa heróica consigna que nos legaste:

Estoy avergonzado,
dolido hasta las lágrimas
del escarnio que han hechode tu célebre frase:

"La Patria es primero"

No, señor, ya la patria
ha caído en desuso,
la patria es un sofisma
que late como enorme
tambora martilleada
por puños de mentiras;
está en todas las bocas
ahogándose en saliva,
pero nadie la lleva
como tú la llevaste
fluyendo por tus venas,
encendiendo en tus ojos
las miriadas de estrellas
de tu cielo y tu ensueño.

La patria es un pretexto
para expandir el tórax,
para engolar la voz
con trémolos que intentan
convencer al oyente
de un genuino fervor,
tan falso, como falsa
es la vieja tizona
de palo que en el teatro
reluce cual si fuera
acero bajo el sol.

¡Pobre de tí si vives
como caricia al viento,
como frescura en frondas,
como dureza en rocas
o en murmullos de mar.
Acaso vas buscando
tal si buscaras tierra
propicia a la simiente
de tu perenne afán;
tal si buscaras puertas
abiertas a tus viejos
empeños libertarios;
tal si buscaras nido
en corazón de hombres
de cutis atezado
sobre su sangre azul,
y que amando la patria
sonrieron a la muerte
como lo hiciste tú.

"La Patria, es primero"
repiten incansables,
ritornelo que urge
saber cual es la patria
que veneran y adulan
devotos de tu frase. . .
¿Es la patria que tienen
en los bancos de Suiza?. . .

¿ Es la patria del buitre
que aprovechó el desastre
para hartar su avaricia?,
¿Es la patria que buscan
en la puerca política
de un sistema caduco?. . .

¿Es la patria que lucra
depauperando al pueblo?. . .
¿ La patria del que premiala
ineptitud supina
con la veste de Themis?. . .
¿Es la patria que ampara
ladrones que saquearon
la fortuna del pueblo
al que están aherrojando
con voraces impuestos
que resarzan los viejos
criminales dispendios?. . .

Estoy avergonzado,
señor, de mi impotencia,
de mi voz sin sonido,
de mis puños sin fuerza,
del continuo fracaso
de éste mi pobre empeño
de acatar el mandato
de tu frase que ahora
nadie quiere escuchar.

"La patria , es primero"
¿Para quienes, señor?. . .
¿Para mí?,
¿De qué sirve?,
¿A quién darle mi vida para salvar la patria?
Tú tuviste a tu lado
un puñado de hirsutos
gañanes que contigo
se jugaban la vida;
pero yo sólo tengo una larga agonía
de soledad y odio,
tal si fuera terrible
pecado tener patria.

Estoy avergonzado,
dolido hasta las lágrimas,
y no por mi fracaso,
sino por el fracaso
de la patria surgida
de tu sangre y ensueño,
patria, señor, que ahora
¡Se ha quedado sin patria!



Luis Manuel Torres (Mexicano)

martes, 4 de marzo de 2008

N A D A

Íbamos por una calle cualquiera,
el robusto y joven cachorro
que envanece mi ego y yo.

Calle céntrica,
odiosa en la mañana dominguera,
como cause vacío,
ciegos los ojos vendedores
por los pesados párpados de acero.
desolado el asfalto
en su orfandad de prisas,
de angustias y pregón
y en gris desnudez acariciada
por ese sol civilizado
que no parece sol.
De pronto
apareció en la esquina,
hacia nosotros,
una esbelta mozuela.
El busto ya acusaba
madurez de vendimia
y el rubio pelo era
como trigo en sazón.

¡Cómo se conocía
que era domingo en ese
vestidito nevado
de sedas y organdí
y que tenía en la falda
un remedo de alas carmesí!

Fue un suceso tan breve
que cupiera
en un beso se novia quinceañera
que ve al novio partir:
fijó los claros ojos
en la recia figura
del hijo que venía
junto a mí.
Hubo como un chispazo,
mucho más,
como un deslumbramiento,
como una marejada de luz
que condensara
toda avidez de amar.

Después, en súbito fracaso, avergonzados,
aquellos ojos claros lentamente
bajaron su mirada hacia los pies,
piecesitos torcidos,
irremediablemente contrahechos,
como dos alas rotas,
como dos negaciones disfrazadas
en raso de escarpín.

-Hijo, ¡Te diste cuenta. . . ?
-¿De qué?. . . ¡Iba yo distraído!
- De nada -contesté-

Mis ojos casi muertos
rehuyeron la mirada
de esos sus grandes ojos
en que la luz se ríe
gozosa de vivir,
y en tanto repetía:
“De nada, no era nada. . . ”
mi espíritu, cojeando,
lloraba en la silueta
de la muchacha aquella
vestida de organdí.

Luis Manuel Torres
(Mexicano)

S O N

Son del corazón cansado,
te he escuchado y asombrado
de escucharte, te he sentido.
Tu latido, como paso de pies vírgenes de niño
que mancharan el sendero con su armiño,
ha dejado a mi afán inquisitivo,
en hilera interminable,,
blancos puntos suspensivos.

Muchas veces he mirado
los dos garfios de mis manos
y me he dicho: “Tengo manos”,
muchas veces he cerrado
las dos cuencas de mis ojos
y me he dicho: “Tengo ojos”
Pero a nadie di mis manos;
pero a nadie di mis ojos.

Mas mis manos se colmaron
para darte, por los ojos te me fuiste
muchas veces
y fue tanto el despilfarro
que de ti hice en la vida,
que hace mucho me decía,
porque ya no lo sentía:
“Ya no tengo corazón”.

Son del corazón cansado,
te he escuchado y al oírte
te he sentido y al sentirte
he llorado,
he llorado amargamente;
porque las manos que dieron
como quien da miel en púrpuras,
están sangrando,
porque los ojos que dieron
como quien da fuego en pétalos,
están cegados;
porque te daba en caricias
y te recogía en herida;
porque pedazo a pedazo
te fui sembrando en la senda
y hoy que retorno por ella
voy allanando zarzales.

Son del corazón cansado,
te he escuchado
y todo mi ser intenta
en pugna inmisericorde,
apagar esa tu lenta
cantinela monocorde,
acallar ese latido
que funde seda y armiño
cual si fuera el leve ruido
de los pasos de algún niño
sobre la alfombra de sombra
que le ha tendido mi oído.

Son del corazón cansado,
¿No comprendes?
hace mucho no te oía,
¿Porqué goteas en mi oído
que hay corazón todavía?. . .

Luis Manuel Torres. (Mexicano)

ODIOSOS NERVIOS MÍOS.

-- -- Yo no podría soportar tu carácter,
con esos nervios tuyos. . .
me dijo, y en las dos almendras
de luz bajo sus cejas
llameaba débilmente un poquito de hastío. . .
¡OH, mis nervios, estos odiosos nervios míos,
esta urdimbre incongruente,
esta tupida red en que se apresa
la herida de mi carne y de mi espíritu
al igual que el fuego frío de un rojo pez
y una blanca medusa iridiscente!
odiosos nervios míos que encendieron mis ojos
para decir con ellos a sus ojos
tal si clavaran jade y oro sobre ébano,
¡Apasionadamente!

Odiosos nervios míos que se asomaron
en vibrátiles lenguas a mis labios
para decirle en breve madrigal:
“Tu belleza se yergue con sin igual prestancia;
bajo este sol del trópico y junto al mar,
se dijera que res como una palma real”.
¡Odiosos nervios míos que se me fueron a la manos
como un tropel de dedos infantiles
y lentos extendieron en su espalda
el aceite moreno como un velo
entre su cuerpo y el beso descarado
de mi sol tropical.

¡Odiosos nervios míos que se hicieron
avidez de cuchillas mutilando
el orgullo fragante de las ramas
para encender sobre la sombra de su pelo
una humildad de pétalos y aroma!
¡Odiosos nervios míos que se tendieron
como una escala de gritos de alborozo
del borde del cantil hasta la furia
del mar en las rompientes
y en el claro remanso, sobre los diez
pequeños dedos de sus pies,
pusieron uno a uno, diez temblores de beso,
ajorcando a sus plantas mi albedrío!
¡Odiosos nervios míos que me llevaron
bajo el cristal bullente
para morder la espuma de su carne
y con la boca amarga, sentir entre mis dientes,
temblar todo el milagro
del cuerpo azul del mar!

- Yo no podría soportar tu carácter,
con esos nervios tuyos. . .
¡OH, mis nervios, estos odiosos nervios míos
que se han puesto a llorar!

Luis Manuel Torres
(Mexicano)

QUE REGALONA VIDA.

Ayer vino el amigo, el único que tengo,
noventa y tantos kilos de cordialidad
que se exuda de todo su yo en sonrisas,
en bromas, en parlotear de niño
que no sabe pensar.
“Que regalona vida, - me dijo-
se acabaron las puertas, las ventanas,
el tener como todos, que sudar,
porque no va a decirme que escribiendo poemas
se ha puesto a trabajar. . . ¡”

Cierto, ya no trabajo,
Sencillamente, no hago nada.
El maestro, su hijo, el ayudante
batallan con mi sierra, mi cepillo,
ya no pierdo las horas ajustando,
midiendo para que todo fuera
digno de ese prestigio
de ¡el mejor carpintero!
que enroscaba al pescuezo del poeta
diciéndole: ¡Esto sí da dinero!

Despierto y un hachazo de sol en mi cabeza
desgaja mi cerebro.
el lecho es placentero,
no hay apremios de tiempo ni tarea
y sin embargo, en un pueril afán,
trato de regresar al sueño,
como si fuera Lázaro tratando de volverse
hacia el no ser total.

Me traen el desayuno y en mi estancia
hay un vivo alboroto de pájaros de sol.
Nada falta, el jugo. . . el pan . . . el café
¡y todo me sabe amargo, porque falta la flor. . .!
Arde la sangre en mis venas,
se me quema el cerebro, el alma, todo yo;
¡pero falta la flor!

Pienso: “Mi motor va a oxidarse,
Hay que lavar la lancha, puede ser que mañana. . . ”
Y a través de la malla del amplio ventanal,
con sus párpados blancos el mar guiña una burla
al rotundo fracaso de mi afán.
“Hay que archivar las cartas, que recoger los discos;
hay que limpiar las armas, que buscar los cartuchos,
en estas noches sin luna los conejos. . . ”
¡Y me tiendo en el lecho, como pequeñas bocas
las yemas de mis dedos indagan en la palma
de mi mano derecha por el áspero orgullo
de roca que tenían y en ausencia
la tersura que beben se deslíe
como rocas licuada en mis ojos.
Me levanto, rabioso; con el pico acerado
de mi angustia, escarbo en las mitades del cerebro
que como fruto maduro el sol abrió a la vida,
y escribo. . . escribo. . . escribo
sin pensar, sin medir, sin saber
siquiera lo que escribo;
gasto la poca luz de mis retinas
en dispendio de pánico, de huída,
hasta que al fin mis ojos
son como dos ascuas sin pupilas
que duplican visiones o se vuelven
dos puños de ceniza borrando perspectivas.
¡Y otra vez a ese lecho, placentero, mullido,
a llorar o a pensar, que es lo mismo!
Para que luego venga alguno y se vaya pensando:
“¡Que regalona vida. . . no tiene ya que trabajar. . . !

Luis Manuel Torres
(Mexicano) 1958.

MUERETE YA, POETA.

Muérete ya, poeta,
Acaba de una buena vez
con esa vida tuya,
tumefacta de ensueños, que al igual
que pierna gangrenada,
arrastras por el mundo.

Muérete ya poeta,
esas tus dos alas
de vientos y de espumas,
de silencio, soledad y astros,
no sirven para nada.
¿Para qué quieres tu hacer palabras
el súbito chispazo
que enciende en tu cerebro?

Las vírgenes de ahora ya no lloran
con la historia romántica,
ya no tejen ni sedas ni quimeras
ni añoran la caricia
de los catorce dedos de un soneto.
Para ellas, la gavota, el minué,
son antiguallas,
chocheces de la abuela,
y la urgencia sexual que antaño era
irrazonable afán de llanto,
la muerte de una flor en el breviario;
ahora se desboca como un potro frenético
al mordisco de una música de negros
que late el atabal y hiede
a hembra y macho pareados en la selva.

Muérete ya, poeta, tú no tienes hermanos,
no podrás nunca
comprender las absurdas
metáforas que usan,
su hermético sentido de lo cósmico,
tú no eres nada más que un pobre diablo,
anacrónico y cursi,
que pegas el oído a los tinacos
para escuchar, absorto, el parlotear del agua,
o ríes jubiloso a la minucia
de que el acodo tiene un nuevo brote.
No te compras camisas ni cuidas la melena,
no buscas la tertulia ni el café literario,
y sobre todo, amigo, ¡vas pensando en voz alta!
y pensar en voz alta
es el crimen más grave entre los crímenes.

Muérete ya, poeta, te quedaste sin patria,
la tierra en que naciste ya no guarda
el sabor que nutrió tus mocedades,
la tradición es idealismo
el idealismo, lastre.

El caserón adusto sangrante de tezontle,
las macizas columnas, los encajes de piedra
que se hacían con dispendios de tiempo
y no de oro, el jardín y la fuente
y el fresno secular,
han sido triturados en un monstruo de acero
que vacía, en suceder monótono,
anemias incurables de brisas y de sol.

Muérete ya, poeta, no sigue ya tus huellas
la rabiosa jauría de mastines hirsutos
que sangraban tu carne y tu cerebro;
la bodega está llena, el lecho está mullido
y hasta el último can, tu soledad,
de viejo, ha perdido los dientes y te lame
mansamente las manos.

Muérete ya, poeta, me molestas,
antaño fuiste tú, como hogaño soy yo,
¿Comprendes. . . ? Tú, apaleado y herido,
soy yo, cuerdo y sensato;
déjame que disfrute de Insula y canonjías,
deja de ir tras de mí
como sarnoso perro callejero
que recibió un mendrugo y por la dádiva
pretende haber hallado al fin un dueño.

Como escudero tuyo, te fui grato,
ahora que soy el amo, me molestas.
¡Son cosas de los hombres!
Y yo bebí la sangre de tu herida,
devoré tus quimeras y. . .¿ qué quieres. . . ?
soy un hombre, un hombre como todos.

Luis Manuel Torres
(Mexicano)

ACAPULCO

Hay algo indefinible en Acapulco
de rostro de mujer amada
salvando la distancia con vaguedad
de sombras o cabrilleos de espumas
que surge sobre el mar,
como cuerpo desnudo palpitando
bajo un fino negligé de seda;
como leve caricia remanente
de hoguera ya apagada.

Un algo que se evade a las palabras
y sin embargo vibra; y acariciando pone
ramalazos de luz bajo los párpados
y sensación de arena entre las manos;
un algo indefinible, tan vago y perentorio
como el sutil perfume de una carta
olvidada en el fondo de un arcón;
como un rumor de rezos opacos de penumbra
o vieja melodía marcando sobre el negro
mosaico de la noche un paso de minué.

Hay algo indefinible en Acapulco,
grácil como ese rítmico remedo de ballet
en que los pies son alas resbalando
sobre la piel azul del cielo
una caricia blanca en busca del manglar;
como rabia de tumbo desgarrada
y hecha risa en los dientes
ya romos del peñón
un algo tan ardiente como el moaré de arena
de la duna que burla la avidez de las manos
con que las olas tratan de evadirse del mar.
Algo que es. . . ¡Acapulco, nada más Acapulco!
por mucho que sus olas sean del mar de otras playas,
por mucho que otras playas tengan su mismo sol,
en muy lejanas tierras
las melódicas sílabas de Acapulco se enlazan,
resuenan y deslumbran y aunque después resbalen
sobre las manos grises de la habitual rutina,
aunque después se queden en el millón de hitos
que fijan en la cinta polvosa de el camino
todo intento de fuga,
filtradas en las venas a manera
de extraño bebedizo, de sed nunca saciada,
de afán jamás colmado,
quedan acurrucadas en el desván del tiempo
esperando una tarde lluviosa y deprimente,
un sol sin sol sobre las rúas
o un hartazgo de prisas y pregón,
para trocar en alas las odiosas raigambres
y transportar el alma a que comulgue
con Dios que en Acapulco
es sol , es brisa y mar.

Luis Manuel Torres
(Mexicano)