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martes, 4 de marzo de 2008

MUERETE YA, POETA.

Muérete ya, poeta,
Acaba de una buena vez
con esa vida tuya,
tumefacta de ensueños, que al igual
que pierna gangrenada,
arrastras por el mundo.

Muérete ya poeta,
esas tus dos alas
de vientos y de espumas,
de silencio, soledad y astros,
no sirven para nada.
¿Para qué quieres tu hacer palabras
el súbito chispazo
que enciende en tu cerebro?

Las vírgenes de ahora ya no lloran
con la historia romántica,
ya no tejen ni sedas ni quimeras
ni añoran la caricia
de los catorce dedos de un soneto.
Para ellas, la gavota, el minué,
son antiguallas,
chocheces de la abuela,
y la urgencia sexual que antaño era
irrazonable afán de llanto,
la muerte de una flor en el breviario;
ahora se desboca como un potro frenético
al mordisco de una música de negros
que late el atabal y hiede
a hembra y macho pareados en la selva.

Muérete ya, poeta, tú no tienes hermanos,
no podrás nunca
comprender las absurdas
metáforas que usan,
su hermético sentido de lo cósmico,
tú no eres nada más que un pobre diablo,
anacrónico y cursi,
que pegas el oído a los tinacos
para escuchar, absorto, el parlotear del agua,
o ríes jubiloso a la minucia
de que el acodo tiene un nuevo brote.
No te compras camisas ni cuidas la melena,
no buscas la tertulia ni el café literario,
y sobre todo, amigo, ¡vas pensando en voz alta!
y pensar en voz alta
es el crimen más grave entre los crímenes.

Muérete ya, poeta, te quedaste sin patria,
la tierra en que naciste ya no guarda
el sabor que nutrió tus mocedades,
la tradición es idealismo
el idealismo, lastre.

El caserón adusto sangrante de tezontle,
las macizas columnas, los encajes de piedra
que se hacían con dispendios de tiempo
y no de oro, el jardín y la fuente
y el fresno secular,
han sido triturados en un monstruo de acero
que vacía, en suceder monótono,
anemias incurables de brisas y de sol.

Muérete ya, poeta, no sigue ya tus huellas
la rabiosa jauría de mastines hirsutos
que sangraban tu carne y tu cerebro;
la bodega está llena, el lecho está mullido
y hasta el último can, tu soledad,
de viejo, ha perdido los dientes y te lame
mansamente las manos.

Muérete ya, poeta, me molestas,
antaño fuiste tú, como hogaño soy yo,
¿Comprendes. . . ? Tú, apaleado y herido,
soy yo, cuerdo y sensato;
déjame que disfrute de Insula y canonjías,
deja de ir tras de mí
como sarnoso perro callejero
que recibió un mendrugo y por la dádiva
pretende haber hallado al fin un dueño.

Como escudero tuyo, te fui grato,
ahora que soy el amo, me molestas.
¡Son cosas de los hombres!
Y yo bebí la sangre de tu herida,
devoré tus quimeras y. . .¿ qué quieres. . . ?
soy un hombre, un hombre como todos.

Luis Manuel Torres
(Mexicano)

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