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martes, 4 de marzo de 2008

QUE REGALONA VIDA.

Ayer vino el amigo, el único que tengo,
noventa y tantos kilos de cordialidad
que se exuda de todo su yo en sonrisas,
en bromas, en parlotear de niño
que no sabe pensar.
“Que regalona vida, - me dijo-
se acabaron las puertas, las ventanas,
el tener como todos, que sudar,
porque no va a decirme que escribiendo poemas
se ha puesto a trabajar. . . ¡”

Cierto, ya no trabajo,
Sencillamente, no hago nada.
El maestro, su hijo, el ayudante
batallan con mi sierra, mi cepillo,
ya no pierdo las horas ajustando,
midiendo para que todo fuera
digno de ese prestigio
de ¡el mejor carpintero!
que enroscaba al pescuezo del poeta
diciéndole: ¡Esto sí da dinero!

Despierto y un hachazo de sol en mi cabeza
desgaja mi cerebro.
el lecho es placentero,
no hay apremios de tiempo ni tarea
y sin embargo, en un pueril afán,
trato de regresar al sueño,
como si fuera Lázaro tratando de volverse
hacia el no ser total.

Me traen el desayuno y en mi estancia
hay un vivo alboroto de pájaros de sol.
Nada falta, el jugo. . . el pan . . . el café
¡y todo me sabe amargo, porque falta la flor. . .!
Arde la sangre en mis venas,
se me quema el cerebro, el alma, todo yo;
¡pero falta la flor!

Pienso: “Mi motor va a oxidarse,
Hay que lavar la lancha, puede ser que mañana. . . ”
Y a través de la malla del amplio ventanal,
con sus párpados blancos el mar guiña una burla
al rotundo fracaso de mi afán.
“Hay que archivar las cartas, que recoger los discos;
hay que limpiar las armas, que buscar los cartuchos,
en estas noches sin luna los conejos. . . ”
¡Y me tiendo en el lecho, como pequeñas bocas
las yemas de mis dedos indagan en la palma
de mi mano derecha por el áspero orgullo
de roca que tenían y en ausencia
la tersura que beben se deslíe
como rocas licuada en mis ojos.
Me levanto, rabioso; con el pico acerado
de mi angustia, escarbo en las mitades del cerebro
que como fruto maduro el sol abrió a la vida,
y escribo. . . escribo. . . escribo
sin pensar, sin medir, sin saber
siquiera lo que escribo;
gasto la poca luz de mis retinas
en dispendio de pánico, de huída,
hasta que al fin mis ojos
son como dos ascuas sin pupilas
que duplican visiones o se vuelven
dos puños de ceniza borrando perspectivas.
¡Y otra vez a ese lecho, placentero, mullido,
a llorar o a pensar, que es lo mismo!
Para que luego venga alguno y se vaya pensando:
“¡Que regalona vida. . . no tiene ya que trabajar. . . !

Luis Manuel Torres
(Mexicano) 1958.

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