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viernes, 26 de diciembre de 2008

lunes, 27 de octubre de 2008

Contestando a Cato (Lic. Teófilo Berdeja Aivar)

Muchas cartas elogiosas he recibido, amigo migo mío, de coterráneosY de portorriqueños, colombianos, venezolanos, como de Quito, Guatemala o de Argentina; pero la suya,- ¡única de un acapulqueño!- -cuando más al margen estoy de es feria de vanidades a la que muy pocos escritores escapan, me ha llenado de un regocijo casi pueril que como un multicolor juguetillo, vino a distraerme de éste hondo cansancio, de esta abrumadora sensación de inutilidad que en los últimos tiempos tenazmente me ha inducido a la fuga como si fuera posible fugarme de mí mismo. Más que sus conceptos, señor, fueron las lágrimas de los ojos de mi esposa al concluir de leer su carta, los que me dieron nuevos arrestos para sobreponerme más al cansancio, al profundo asco que me ocasionan todos aquellos por cuya dignidad y cuya hombría, he peleado hace ya mucho tiempo. El dueño de restaurante que me suplica lloriqueante que suprima su anuncio de mi periódico porque puedo “comprometerlo” el bonancible tendero que aduciendo la falta d cédula y número me retira la ayuda de $25.00. Los honorables profesionistas que si no me aturrullan tratando de hacerme volver a la cordura, me niegan todo su apoyo. El capitán de empresa que no comprende la mía, ¡Todo un pueblo culto que grita día a día, con muy contadas y honrosas excepciones “¡No te acerques porque me tiznas. . . ¡” Como usted no ignorará, después de quince años de absoluto silencio, recordé que sabía escribir para ¡ defender abejas ! y creo que desde entonces, no he hecho otra cosa que defender abejas haciendo mías las palabras de Maeterlinck: “Quiero hablar simplemente de las “ blondas avecillas “ de Ronsard, como se habla, a los que no conocen, de un objeto conocido y amado. Hace mucho tiempo renuncié a buscar en este mundo una maravilla más interesante y más bella que la verdad o, al menos, el esfuerzo del hombre por defenderla. “ Y la patria, señor, tiene mucha similitud con las abejas, no tanto porque da la vida al clavar su aguijón al intruso, sino porque todos hablan de ella y son muy pocos los que la comprenden y muchos menos los que la sienten. Se me ha acusado sistemáticamente de un afán de notoriedad del cual disto mucho. Fácil me fue escribir en “Excelsior” y, aún recibir buena soldada, fácil me sería escribir en donde me pluguiese e inflar mi Yo con el fuelle de cien mil ejemplares diarios; pero para ello tendría, nada más, que dejar de defender abejas; porque aún para aquellos que se declaran paladines de la democracia y campeones de la verdad engordan explotando el mito de la primera y dosificando la segunda. ¡ Todos están dispuestos a decir verdades amargas; pero no a que caigan en la taza de chocolate de su desayuno!. Por otra parte, amigo mío, su carta a la par que conmovía al hombre, hizo sonreír socarronamente al viejo; porque en ella se delata, nítido, incontrovertible y mejor que en cualesquiera de sus artículos, como rugido largamente contenido, como imprecación de reto, ese mi empeño del cual usted trata de que desista tal si quisiese ponerlo sobre sus hombros. No es usted un amigo lleno de condolida oficiosidad es, usted, ni más ni menos, el luchador más joven que grita al veterano con un muy vernáculo decir: ¡No te rajes!; más aún, toma usted mi lugar y cerrada la visera del yelmo reparte mandobles con singular denuedo. Y justo es reconocer que dolerán más los suyos que los míos. ¿Pelear. . . ?, ¿Querellarme. . . ?, ¡Ni lo uno ni lo otro! Para pelear es forzoso un antagonista, no lo he encontrado hasta la fecha. Regalo de los dioses sería para mí poner a prueba el temple de mi pluma con la de aquel que supiera usar la suya, si no con honor, siquiera con ingenio que pudiese haciendo fina malla la dialéctica, presentarme batalla y el único caballero que por empresas en el yelmo y motes en el escudo, ganados siempre en buena lid, pudiera hacerlo, ¡Está conmigo y conmigo irá, quizá hasta que muera, arremetiendo contra molinos de viento y odres de vino que no otra cosa ha hecho usted, amigo mío. Deberá reconocer, señor, que una cosa es pelear y otra, muy diferente es CAZAR RATAS, así como convendrá conmigo en que, un caballero. . . Si todo ello se hizo evidente y los dos años de prisión se resuelven en una multa de cien pesos, se pondrán en evidencia dos perfectos sofismas, el de mi ingenuidad y el de la justicia; porque el exhibir a las ratas que trataron de morderme, no tiene la más pequeña importancia; pero desencuevar ratas para que corran en ayuda de sus compañeras en desgracia y sacudir como alfombra la túnica de Themis para que salgan las muchas que esconde, es ya no sólo placer, sino un interesantísimo experimento digno de exponerse a ser considerado un perfecto bobalicón. Su carta podría reducirse en una sola frase: “Deja que las ratas chillen, será señal de que vamos pisoteándolas”; pero las ratas tienen rabia, señor, y día a día van contaminando a todo aquél que muerden, no para que se retuerza en la agonía dantesca de la hidrofobia; sino para destruir que así me multiplicara en mil titanes, y volcara los montes de revés, me sería imposible extirpar las raíces que en miríadas de filamentos adventicios sorben la esencia de la patria convirtiéndola en un erial, en donde trisca un hato de borregos la escasa hierba y los lobos engordan vendiendo la lana. Trato a grandes voces de hacer comprender a los borregos que son hombres. No sólo sé que escribo en el aire, que siembro en la arena, que aro en el mar, sé, todavía más, que tarde o temprano me habrán de destruir haciendo unánime el grito de: ”¡No te acerques, porque me tiznas!”. Y no será por desgracia, la muerte la que me libere de ésta mi irremediable locura. Tendré que irme arrastrando la pesadumbre de ser hombre y no tener patria. De Sócrates, señor. He aprendido el soberbio fatalismo de su despedida: “Cuando mis hijos sean mayores, si los veis buscar la riqueza u otra cosa distinta a la virtud, castigadlos con los tormentos que yo os di. Decididamente, señor, no considerando la justicia como una generosidad ni aceptándola como el capricho de los más fuertes, me quedo con la filosofía de Sócrates no porque crea en él que es practicando la virtud como cada ser vive normalmente; porque la vida nos enseña que la gente vive practicando todo, menos la virtud; pero, si estoy de acuerdo en que viviendo normalmente se es feliz y yo, así le parezca inverosímil, soy feliz en un elevadísimo tanto por ciento que dudo mucho que los otros hombres alcancen. No soy, nunca lo he sido virtuoso, si algo puede abonarse a mi favor es el que si he dejado que señoreen mi albedrío los pecados –fiera, jamás he descendido a los pecados-reptiles. Mi bondad o mi rectitud no son nada más que una forma del egoísmo. Condenado por mi sordera a un casi total enclaustramiento y, durante muy largos años, obligado a vivir conmigo mismo, además de desligarme de los mil fetichismos,-tiempo riqueza, posición, poder,o vanidad que encarcelan al hombre tuve, sobre todo que aprender a vivir conmigo mismo y así, aunque parezca absurdo, tengo que dar para darme, que defender para defenderme, que ser leal para no traicionarme y que pelear para poder vivir en paz y ser feliz. Exhibir ratas es un agradable pasatiempo, amigo mío, defender abejas es mucho más difícil porque hay que defender a Roscio sin despertar las iras de los muchos Silas que gobiernan a Roma y todo lo que puede hacer el carpintero para tratar de emular a Cicerón es lanzar una y otra vez la inventiva:¿ Quousque tanden Alemanis abutere patientia nostra?. No sería necesario que los guerrerenses aprendieran latín, bastaría que recordaran que esta es su tierra y que esta tierra pertenece a México, para que se enfrentaran a Catilina. Que los vientos, las aguas, y la tierra le sean propicios, mi buen amigo, ¡Siempre son más piadosos que los hombres!

viernes, 24 de octubre de 2008

PROLOGO

Allá en mis mocedades, cuando vivía la hermana buena, cuando como todo escritor novel el sólo hecho de ver mi pseudónimo en letras de molde me producía una deliciosa satisfacción, cuando escribir era para mí una necesidad tan imperativa como amar, dormir o comer, cuando me amaba sobre todas las cosas a través de mis engendros literarios, con una ingenuidad disculpable en quien hace sus pinitos, igual a la exultante alegría de un recién casado, soñaba con la gloria, una gloria estupenda por no precisarse en una meta. ¿después? . . . ¡La rutina! ¡El dinero! ¡ La siempre odiada esclavitud, el cerco implacable que siempre había rehuido! Escribir dejó de ser para mí una necesidad espiritual, la válvula de escape de mi inquietud, la lucha por la fama pasó a ser la prosaica lucha por la vida, mucho más dolorosa que aquella lucha salvaje cruzando el interminable callejón abierto por la vía en las selvas chiapanecas en un ocaso implacable, que aquél doblar las espaldas bajo el peso de un saco de cien kilos, que el pintar inacabable de un casco de vapor de cabotaje. El capataz siempre repudiado se había vestido irreprochable terno de casimir inglés. Éramos cuarenta empleados, de los cuarenta yo era el único que sabía escribir, el jocker de la mutilada baraja editorial. Los escritores entregaban sus colaboraciones y se iban, yo, no considerado como escritor sino como empleado, escribía más que los escritores. Si necesitaban pies para las fotografías de una de las revistas se me llamaba, si había que hacer un cuento infantil, se me llamaba, si urgía un editorial, ahí estaba yo, y bueno para todo un día me encontré frente a un cuaderno de modas describiendo las últimas creaciones recibidas de París, para continuar redactando la explicación de un bordado a punto de cruz. Bien hubiera estado que se me trasformase en una máquina de escribir que amén de hacerlo, formaba para rotograbado, vigilaba cristales y atendía consultas sentimentales, escribía a las lectoras almibaradas cartas de amor, atendía la correspondencia comercial y hacía paquetes en la bodega, si no se hubiera tratado de sujetarme a un horario de hortera que debe llegar a la hora exacta o pagar cinco centavos por cada minuto de retraso, si no se hubiese luchado con tesón digno de mejor causa por modificar mi carácter perfectamente absurdo y no menos perfectamente irremediable, si no se me hubiese herido con mezquindades económicas naturalísimas en una fábrica de ropa íntima; pero increíbles para un hombre que comenzaba a hacer versos y como lo que he escrito lo dije con toda su crudeza al amo, un buen día llené dos cajones de papeles y abandoné aquél floreciente negocio para escribir libros en otro negocio floreciente. ¡ Ahí comenzó la segunda etapa de mi vida! Esa dislocada segunda etapa mil veces más intensa, más complicada, más amarga que la primera que he bosquejado. Escribí mi primer novela con todo el cariño con que el jovenzuelo escribía sus cuentos o sus poemas; pero circunstancias especiales me impidieron vigilar su edición y el libro de doscientas páginas, amén de haber sido mutilado inmisericordemente cercenándole no solo párrafos sino hasta un capítulo completo, ofreció en sus doscientas páginas, más de trescientas garrafales erratas. ¡ En errores sólo mi vida es comparable a mis libros!. Continué escribiendo porque necesitaba continuar comiendo y la imperativa e ineludible necesidad derrumbó definitivamente todo afán de gloria sin que la claudicación haya implicado mi descenso a panegirista de tal o cual credo político que podía arrimarme a la ubre gubernamental de tal o cual personaje posible mecenas protector, únicamente me plegué a escribir libros comerciales, libros que se vendan pronto, libros que no dan gloria; pero si dan dinero. . . ¡al editor!, “El Moderno Secretario” “ El Manual del Carpintero” “El Perfecto Declamador” o novelas con títulos ultra sugestivos como “ Los 7 Casos de Mis Siete Amantes”, o “Las Tres Virginidades de Catita”, que, urgidos por el problema económico, no permitían el mínimo pulimento. Llegó el amor y me dejó sin nada. Fatigosamente comencé a resurgir de esa nada, escribiendo desganadamente, a la fatigosa y desagradable tarea de corregir pruebas, de redactar artículos que no firmaba, adentrándome cada vez más en el mundo periodístico, trasmutando el escritor a un anónimo corrector de pruebas que cotidianamente se movía en los cuatro pisos de uno de los más importantes diarios de México, que conocía a todo el mundo en los talleres y a quien todos concluyeron por conocer como el corrector de x revistas y a la par un magnífico ¡carpintero! Pues llegó el día en que desapareció la necesidad de escribir parar comer y decidí liberarme definitivamente de la tiranía literaria que no tenía ya para mí ni el mínimo incentivo y dedicarme a encallecer mis manos y fatigar mis músculos en el taller en que distraía mis fatigas intelectuales y acaso no hubiera vuelto a escribir, acaso un buen día vendo maquinaria y herramientas y me voy como tantas veces me fui, por ahí, sin más bagaje que mi cerebro y mi indiferencia total y absoluta por el bien y el mal, por el amor o por el odio, por el norte o por el sur. El dedicarme por completo a labrar maderas preciosas no fue, como podría suponerse, una derrota, la convicción de mi definitivo fracaso en la literatura, la repulsa contundente de revistas y periódicos, la falta de un editor, puedo vender mis colaboraciones, puedo vender mis libros y aún ¡puedo vender mis poemas!; fue un gran cansancio convertido en deliciosa serenidad, un “exceso de vida”, lo que supongo yo les acontece a los hombres a los sesenta años y que a mí me aconteció a los 35, eso que tan bien define Machado en sus versos:“Ni os amo, ni os odio, con dejarmelo que hago por vosotros podéis hacer por mi,que la vida se tome la pena de matarmeya que yo no me tomo la pena de vivir” Un bajarme del escenario y sentarme cómodamente en primera fila a divertirme con la representación. ¡El amor? Una necesidad fisiológica. La riqueza algo perfectamente inasequible y para mis frugales costumbres, poco tentador. ¡La gloria? ¡Un espejismo demasiado caro y para mi idiosincrasia, muy difícil de pagar ¡Amor, riqueza, gloria, representaban un cúmulo de fatigas, de complicaciones, de contrariedades y yo me encontraba sumamente cómodo en mi asiento de espectador, encantado de mi fama de tornero y ebanista, satisfecho con el cariño incondicional de mi perro. Cada vez más apartado de los hombres y todo lo humanamente posible de las mujeres. Dueño absoluto de mi mismo, libérrimo para ir a donde me pluguiera, para hacer lo que me gustase, para decir lo que se me ocurriese a quien se le ocurriese pedirme mi parecer y así ¡ Porqué había de complicarme la vida escribiendo?. Pero hete aquí que de pronto, cuando ya estaba definitivamente borrado de mis aspiraciones y había perdido toda su vieja calidad romántica y era apenas un sedimento desagradable en mi corazón, llegó un amor tan completo, tan lúcidamente loco y tan maduro en su juvenil entusiasmo, tan maravilloso que me da pena confesarlo porque nadie creerá en él, no creerá en él el que ama porque su amor será el maravilloso, no creerá en él el que amó porque dirá. . . ¡Deja que pase el tiempo! No creerá en él el que nunca ha amado porque pensará: ¡El amor no existe! Más yo lo tengo, me he ceñido en torno suyo como la hiedra de la Ibarborou, no se irá ni yo aflojaré los lazos, lo demás no me importa. Llegó el amor exactamente como llega la luz del sol; pero no como llega tras una noche de doce horas a los ojos adormilados, no empobrecida por la rutina de alboradas; sino recibida con el júbilo de quien había creído, en una noche polar, haber cegado a todo resplandor jocundo, a todo calor preciso y en la negación irremediable gozaba la parálisis progresiva de una desolación sin lágrimas, sin reproches, sin rebeldías y de pronto sus pupilas como dos hilanderas felices que devanan en la rueca de su corazón la madeja rubia de un día antes jamás amanecido. Naturalmente el lector, sonriente supondrá que la llegada de ese amor, del inefable “último amor” que siempre se cree el primero; pero que yo decididamente creo el último, filtró nuevas energías en mis venas, resucitó viejos ensueños, desempolvó romanticismos, y con un atrevido gesto luminoso derrumbó la serenidad de indiferencia que me caracterizaba antes de que llegase y, derrumbó precisamente al odiado epíteto de “pose”, indiscutiblemente reconozco que modificó mi sentido de la felicidad, me hizo pasar de una estancia tenuemente iluminada a otra en que todo era eclosión de luz y de colores recorriendo todas las intensidades y todos los matices;Pero, he ahí lo difícil de explicar, me transformó sin transformarme, mi concepto de la vida, de las mujeres, de los hombres, del pecado, y de todo lo que es necesario tener un concepto que por infaltable se parece al sarampión, siguió siendo el mismo. Me pueril icé como un viejo podría ponerse a jugar con sus nietos a los soldaditos; me volví romántico como un neurasténico puede beber sorbos de luna una noche cualquiera; creo como el escéptico cree en la ley de gravedad o en la inutilidad del voto; en fin, me volví dulce, bueno, crédulo, pueril, leal, sincero y todo eso que nunca son los que dicen serlo; pero exclusivamente para una mujer, mucho más meritorio a mi juicio que haberme regenerado para la humanidad, meritorio y cuerdo pues en la disyuntiva de confiar en una mujer y confiar en la humanidad opto por lo primero que lo segundo entraña mayores riesgos y muchas menos satisfacciones. Así es que la gloria, la riqueza y eso que la mayoría de los hombres llama amor y que consiste en amar a cuanta mujer esté dispuesta a dejarse amar, continúa careciendo para mi de todo interés, si en lo pasado hubo un bosquejo de ambición, se ha empequeñecido hasta casi desaparecer, y a pesar de todo . . . ¡he desempolvado la máquina de escribir, -lástima que no pueda hacer lo mismo con mi cerebro-¡, vuelvo a escribir y en esta vez tan solo por la necesidad de escribir. Luis Manuel Torres. Acapulco, 1959.

BIOGRAFIA

BIOGRAFIA
LUIS MANUEL TORRES Se nace escritor como se nace escultor, músico, o pintor y los predestinados por el arcano no pueden vanagloriarse de su talento Porque no exigió de ellos gran esfuerzo. Desde muy temprana edad Para mi escribir, fue tan fácil como respirar. Después de la preparatoria y un año en el Colegio Militar no tuve más estudios y siempre supe escribir y sigo sabiendo escribir pese a mis 82 años. Puedo vanagloriarme de dominar el Ingles, traducir el Francés, el Italiano el Portugués y el Alemán y tener una muy amplia cultura, porque todo ello demandó un gran esfuerzo. En mi vida las mujeres han tenido un papel predominante, todo lo bueno y todo lo malo que me ha acontecido se debe a ellas. Una pudo por el mucho dinero que tenía, colocarme en un primer lugar en la intelectualidad del país: pero era mayor su egocentrismo que su riqueza y a su afán de centralizar en ella todos los méritos; le molestaba la fama que había adquirido antes de casarme con ella e hizo, del escritor que nací, un carpintero que, gracias a todos los dioses, no ha pedido nada en suficiencia y habilidad al literato. Debo reconocer que no quise defenderme, parte por mi amor de diente y garra y parte porque como novelista me moría de hambre y, sobre todo por una rebeldía también ingénita que no ha admitido ni mínimas claudicaciones. Al iniciarse la televisión, fui contratado por el director del canal cuatro, el primero, como escritor oficial de la estación; pero no me sedujo la perspectiva de tener que escribir “algo así como las tiras cómicas” y dejé la estupenda y singular oportunidad para venir a Acapulco a trabajar como carpintero al hotel Caleta y lo hice porque nací panteísta y Acapulco ya se me había metido en las venas. Doce años no escribí una línea, había sepultado al literato en una montaña de aserrín; tenía coche, tenía lancha y con ella el mar era todo mío; pero gracias a un Licenciado que encabezó la destrucción sistemática de las abejas, volví a escribir para defender a las blondas avecillas de Ronzard. Y desde entonces, 1964 hasta la fecha, el periodista se ha ido comiendo al escritor, porque no todos los periodistas son literatos, ni todos los escritores pueden ser buenos periodistas. La diferencia estriba en que el periodista desarrolla o interpreta como lo hicieron Denegri, Buendía, Elizondo o Mejías, y el escritor crea. El periodista tiene habilidad, el escritor imaginación. A veces me da pena saber que todo lo que escribí va a perderse. Luis Manuel Torres Zayas nació el 15 de noviembre de 1909 sus padres, Adrián Torres y María Zayas. Salió de México en 1927, recorrió centro y sur América dando a conocer con gran éxito la poesía vernácula de México. Anunciador de radio en varios lugares siempre ocupó el primer lugar. Regresó a México en 1934. Actuó en la X.E.B. en el cuadro de Pura Córdova. Tuvo en la misma estación, un programa especial de declamación. Un año después de su regreso inició, en firme, su carrera periodística trabajando en la Editorial Sayrols. Tuvo a su cargo la confección de las revistas La Familia, Misterio, Amenidades y otras. Obtuvo renombre con sus cuentos dialogados en Sucesos Para Todos, como lo demuestran cartas de muchos países allende el Suchiate. Editó doce libros, tres novelas, didácticos, el último libro que editó don Teodoro Torres, director de la revista México al Día, fue de Luis Manuel Torres en 1940 “El Perfecto Declamador” en donde da cátedra de cómo debe declamarse y como hacer poesía. Fue publicista de casas como High Life, Picot, Paris Londres, Bayer, y otras muchas, Muchos de sus slogans se popularizaron, la frase ¡20 millones de mexicanos , no pueden estar equivocados! Él la hizo para la Bayer, después la tomó la cerveza. Trabajó en Excelsior durante siete años, tuvo una sección especial, PUERTO, y contó con la protección y estímulo de don Manuel Horta y de don Gilberto Figueroa- El primero le compró muchos artículos y reportajes para JUEVES DE EXCELSIOR. No vino a Acapulco a “hacer las Américas”. Dejó una magnífica Casa, un modo de vivir decoroso y largos años de labor literaria respaldada por un pseudónimo, de la cual quedaron doce libros cuyas ediciones en algunos cinco, se agotaron por completo. Vino, porque Acapulco se le había filtrado en la sangre; porque su espíritu, por excelencia panteísta, se venció al hechizo de estas tierras en tal entrega que no titubeó en dejar lo mucho que tenía para aceptar el trabajo de carpintero.

De vuelta al corazón

ANTES QUE NADA QUIERO DISCULPARME POR HABER DEJADO UN RATO EL BLOG, PERO UDS SABEN QUE ESTABA UN POCO OCUPADA TENIENDO A MI BEBE... PERO YA ESTAMOS DE VUELTA CON UN NUEVO MIEMBRO EN LA FAMILA...

ESTE REGRESO, LO HACE DE NUEVO MI TIA ERNESTINA CON UNA MUY HERMOSA BIOGRAFIA DE MI TIO LUIS MANUEL, ESPERO SUS COMENTARIOS

lunes, 24 de marzo de 2008

LA PATRIA ES PRIMERO

Señor, estoy avergonzado,
no en lo que a mí concierne
porque siempre he tratado,
dentro de mis pocas fuerzas,
de obedecer fielmente
esa heróica consigna que nos legaste:

Estoy avergonzado,
dolido hasta las lágrimas
del escarnio que han hechode tu célebre frase:

"La Patria es primero"

No, señor, ya la patria
ha caído en desuso,
la patria es un sofisma
que late como enorme
tambora martilleada
por puños de mentiras;
está en todas las bocas
ahogándose en saliva,
pero nadie la lleva
como tú la llevaste
fluyendo por tus venas,
encendiendo en tus ojos
las miriadas de estrellas
de tu cielo y tu ensueño.

La patria es un pretexto
para expandir el tórax,
para engolar la voz
con trémolos que intentan
convencer al oyente
de un genuino fervor,
tan falso, como falsa
es la vieja tizona
de palo que en el teatro
reluce cual si fuera
acero bajo el sol.

¡Pobre de tí si vives
como caricia al viento,
como frescura en frondas,
como dureza en rocas
o en murmullos de mar.
Acaso vas buscando
tal si buscaras tierra
propicia a la simiente
de tu perenne afán;
tal si buscaras puertas
abiertas a tus viejos
empeños libertarios;
tal si buscaras nido
en corazón de hombres
de cutis atezado
sobre su sangre azul,
y que amando la patria
sonrieron a la muerte
como lo hiciste tú.

"La Patria, es primero"
repiten incansables,
ritornelo que urge
saber cual es la patria
que veneran y adulan
devotos de tu frase. . .
¿Es la patria que tienen
en los bancos de Suiza?. . .

¿ Es la patria del buitre
que aprovechó el desastre
para hartar su avaricia?,
¿Es la patria que buscan
en la puerca política
de un sistema caduco?. . .

¿Es la patria que lucra
depauperando al pueblo?. . .
¿ La patria del que premiala
ineptitud supina
con la veste de Themis?. . .
¿Es la patria que ampara
ladrones que saquearon
la fortuna del pueblo
al que están aherrojando
con voraces impuestos
que resarzan los viejos
criminales dispendios?. . .

Estoy avergonzado,
señor, de mi impotencia,
de mi voz sin sonido,
de mis puños sin fuerza,
del continuo fracaso
de éste mi pobre empeño
de acatar el mandato
de tu frase que ahora
nadie quiere escuchar.

"La patria , es primero"
¿Para quienes, señor?. . .
¿Para mí?,
¿De qué sirve?,
¿A quién darle mi vida para salvar la patria?
Tú tuviste a tu lado
un puñado de hirsutos
gañanes que contigo
se jugaban la vida;
pero yo sólo tengo una larga agonía
de soledad y odio,
tal si fuera terrible
pecado tener patria.

Estoy avergonzado,
dolido hasta las lágrimas,
y no por mi fracaso,
sino por el fracaso
de la patria surgida
de tu sangre y ensueño,
patria, señor, que ahora
¡Se ha quedado sin patria!



Luis Manuel Torres (Mexicano)

martes, 4 de marzo de 2008

N A D A

Íbamos por una calle cualquiera,
el robusto y joven cachorro
que envanece mi ego y yo.

Calle céntrica,
odiosa en la mañana dominguera,
como cause vacío,
ciegos los ojos vendedores
por los pesados párpados de acero.
desolado el asfalto
en su orfandad de prisas,
de angustias y pregón
y en gris desnudez acariciada
por ese sol civilizado
que no parece sol.
De pronto
apareció en la esquina,
hacia nosotros,
una esbelta mozuela.
El busto ya acusaba
madurez de vendimia
y el rubio pelo era
como trigo en sazón.

¡Cómo se conocía
que era domingo en ese
vestidito nevado
de sedas y organdí
y que tenía en la falda
un remedo de alas carmesí!

Fue un suceso tan breve
que cupiera
en un beso se novia quinceañera
que ve al novio partir:
fijó los claros ojos
en la recia figura
del hijo que venía
junto a mí.
Hubo como un chispazo,
mucho más,
como un deslumbramiento,
como una marejada de luz
que condensara
toda avidez de amar.

Después, en súbito fracaso, avergonzados,
aquellos ojos claros lentamente
bajaron su mirada hacia los pies,
piecesitos torcidos,
irremediablemente contrahechos,
como dos alas rotas,
como dos negaciones disfrazadas
en raso de escarpín.

-Hijo, ¡Te diste cuenta. . . ?
-¿De qué?. . . ¡Iba yo distraído!
- De nada -contesté-

Mis ojos casi muertos
rehuyeron la mirada
de esos sus grandes ojos
en que la luz se ríe
gozosa de vivir,
y en tanto repetía:
“De nada, no era nada. . . ”
mi espíritu, cojeando,
lloraba en la silueta
de la muchacha aquella
vestida de organdí.

Luis Manuel Torres
(Mexicano)

S O N

Son del corazón cansado,
te he escuchado y asombrado
de escucharte, te he sentido.
Tu latido, como paso de pies vírgenes de niño
que mancharan el sendero con su armiño,
ha dejado a mi afán inquisitivo,
en hilera interminable,,
blancos puntos suspensivos.

Muchas veces he mirado
los dos garfios de mis manos
y me he dicho: “Tengo manos”,
muchas veces he cerrado
las dos cuencas de mis ojos
y me he dicho: “Tengo ojos”
Pero a nadie di mis manos;
pero a nadie di mis ojos.

Mas mis manos se colmaron
para darte, por los ojos te me fuiste
muchas veces
y fue tanto el despilfarro
que de ti hice en la vida,
que hace mucho me decía,
porque ya no lo sentía:
“Ya no tengo corazón”.

Son del corazón cansado,
te he escuchado y al oírte
te he sentido y al sentirte
he llorado,
he llorado amargamente;
porque las manos que dieron
como quien da miel en púrpuras,
están sangrando,
porque los ojos que dieron
como quien da fuego en pétalos,
están cegados;
porque te daba en caricias
y te recogía en herida;
porque pedazo a pedazo
te fui sembrando en la senda
y hoy que retorno por ella
voy allanando zarzales.

Son del corazón cansado,
te he escuchado
y todo mi ser intenta
en pugna inmisericorde,
apagar esa tu lenta
cantinela monocorde,
acallar ese latido
que funde seda y armiño
cual si fuera el leve ruido
de los pasos de algún niño
sobre la alfombra de sombra
que le ha tendido mi oído.

Son del corazón cansado,
¿No comprendes?
hace mucho no te oía,
¿Porqué goteas en mi oído
que hay corazón todavía?. . .

Luis Manuel Torres. (Mexicano)

ODIOSOS NERVIOS MÍOS.

-- -- Yo no podría soportar tu carácter,
con esos nervios tuyos. . .
me dijo, y en las dos almendras
de luz bajo sus cejas
llameaba débilmente un poquito de hastío. . .
¡OH, mis nervios, estos odiosos nervios míos,
esta urdimbre incongruente,
esta tupida red en que se apresa
la herida de mi carne y de mi espíritu
al igual que el fuego frío de un rojo pez
y una blanca medusa iridiscente!
odiosos nervios míos que encendieron mis ojos
para decir con ellos a sus ojos
tal si clavaran jade y oro sobre ébano,
¡Apasionadamente!

Odiosos nervios míos que se asomaron
en vibrátiles lenguas a mis labios
para decirle en breve madrigal:
“Tu belleza se yergue con sin igual prestancia;
bajo este sol del trópico y junto al mar,
se dijera que res como una palma real”.
¡Odiosos nervios míos que se me fueron a la manos
como un tropel de dedos infantiles
y lentos extendieron en su espalda
el aceite moreno como un velo
entre su cuerpo y el beso descarado
de mi sol tropical.

¡Odiosos nervios míos que se hicieron
avidez de cuchillas mutilando
el orgullo fragante de las ramas
para encender sobre la sombra de su pelo
una humildad de pétalos y aroma!
¡Odiosos nervios míos que se tendieron
como una escala de gritos de alborozo
del borde del cantil hasta la furia
del mar en las rompientes
y en el claro remanso, sobre los diez
pequeños dedos de sus pies,
pusieron uno a uno, diez temblores de beso,
ajorcando a sus plantas mi albedrío!
¡Odiosos nervios míos que me llevaron
bajo el cristal bullente
para morder la espuma de su carne
y con la boca amarga, sentir entre mis dientes,
temblar todo el milagro
del cuerpo azul del mar!

- Yo no podría soportar tu carácter,
con esos nervios tuyos. . .
¡OH, mis nervios, estos odiosos nervios míos
que se han puesto a llorar!

Luis Manuel Torres
(Mexicano)

QUE REGALONA VIDA.

Ayer vino el amigo, el único que tengo,
noventa y tantos kilos de cordialidad
que se exuda de todo su yo en sonrisas,
en bromas, en parlotear de niño
que no sabe pensar.
“Que regalona vida, - me dijo-
se acabaron las puertas, las ventanas,
el tener como todos, que sudar,
porque no va a decirme que escribiendo poemas
se ha puesto a trabajar. . . ¡”

Cierto, ya no trabajo,
Sencillamente, no hago nada.
El maestro, su hijo, el ayudante
batallan con mi sierra, mi cepillo,
ya no pierdo las horas ajustando,
midiendo para que todo fuera
digno de ese prestigio
de ¡el mejor carpintero!
que enroscaba al pescuezo del poeta
diciéndole: ¡Esto sí da dinero!

Despierto y un hachazo de sol en mi cabeza
desgaja mi cerebro.
el lecho es placentero,
no hay apremios de tiempo ni tarea
y sin embargo, en un pueril afán,
trato de regresar al sueño,
como si fuera Lázaro tratando de volverse
hacia el no ser total.

Me traen el desayuno y en mi estancia
hay un vivo alboroto de pájaros de sol.
Nada falta, el jugo. . . el pan . . . el café
¡y todo me sabe amargo, porque falta la flor. . .!
Arde la sangre en mis venas,
se me quema el cerebro, el alma, todo yo;
¡pero falta la flor!

Pienso: “Mi motor va a oxidarse,
Hay que lavar la lancha, puede ser que mañana. . . ”
Y a través de la malla del amplio ventanal,
con sus párpados blancos el mar guiña una burla
al rotundo fracaso de mi afán.
“Hay que archivar las cartas, que recoger los discos;
hay que limpiar las armas, que buscar los cartuchos,
en estas noches sin luna los conejos. . . ”
¡Y me tiendo en el lecho, como pequeñas bocas
las yemas de mis dedos indagan en la palma
de mi mano derecha por el áspero orgullo
de roca que tenían y en ausencia
la tersura que beben se deslíe
como rocas licuada en mis ojos.
Me levanto, rabioso; con el pico acerado
de mi angustia, escarbo en las mitades del cerebro
que como fruto maduro el sol abrió a la vida,
y escribo. . . escribo. . . escribo
sin pensar, sin medir, sin saber
siquiera lo que escribo;
gasto la poca luz de mis retinas
en dispendio de pánico, de huída,
hasta que al fin mis ojos
son como dos ascuas sin pupilas
que duplican visiones o se vuelven
dos puños de ceniza borrando perspectivas.
¡Y otra vez a ese lecho, placentero, mullido,
a llorar o a pensar, que es lo mismo!
Para que luego venga alguno y se vaya pensando:
“¡Que regalona vida. . . no tiene ya que trabajar. . . !

Luis Manuel Torres
(Mexicano) 1958.

MUERETE YA, POETA.

Muérete ya, poeta,
Acaba de una buena vez
con esa vida tuya,
tumefacta de ensueños, que al igual
que pierna gangrenada,
arrastras por el mundo.

Muérete ya poeta,
esas tus dos alas
de vientos y de espumas,
de silencio, soledad y astros,
no sirven para nada.
¿Para qué quieres tu hacer palabras
el súbito chispazo
que enciende en tu cerebro?

Las vírgenes de ahora ya no lloran
con la historia romántica,
ya no tejen ni sedas ni quimeras
ni añoran la caricia
de los catorce dedos de un soneto.
Para ellas, la gavota, el minué,
son antiguallas,
chocheces de la abuela,
y la urgencia sexual que antaño era
irrazonable afán de llanto,
la muerte de una flor en el breviario;
ahora se desboca como un potro frenético
al mordisco de una música de negros
que late el atabal y hiede
a hembra y macho pareados en la selva.

Muérete ya, poeta, tú no tienes hermanos,
no podrás nunca
comprender las absurdas
metáforas que usan,
su hermético sentido de lo cósmico,
tú no eres nada más que un pobre diablo,
anacrónico y cursi,
que pegas el oído a los tinacos
para escuchar, absorto, el parlotear del agua,
o ríes jubiloso a la minucia
de que el acodo tiene un nuevo brote.
No te compras camisas ni cuidas la melena,
no buscas la tertulia ni el café literario,
y sobre todo, amigo, ¡vas pensando en voz alta!
y pensar en voz alta
es el crimen más grave entre los crímenes.

Muérete ya, poeta, te quedaste sin patria,
la tierra en que naciste ya no guarda
el sabor que nutrió tus mocedades,
la tradición es idealismo
el idealismo, lastre.

El caserón adusto sangrante de tezontle,
las macizas columnas, los encajes de piedra
que se hacían con dispendios de tiempo
y no de oro, el jardín y la fuente
y el fresno secular,
han sido triturados en un monstruo de acero
que vacía, en suceder monótono,
anemias incurables de brisas y de sol.

Muérete ya, poeta, no sigue ya tus huellas
la rabiosa jauría de mastines hirsutos
que sangraban tu carne y tu cerebro;
la bodega está llena, el lecho está mullido
y hasta el último can, tu soledad,
de viejo, ha perdido los dientes y te lame
mansamente las manos.

Muérete ya, poeta, me molestas,
antaño fuiste tú, como hogaño soy yo,
¿Comprendes. . . ? Tú, apaleado y herido,
soy yo, cuerdo y sensato;
déjame que disfrute de Insula y canonjías,
deja de ir tras de mí
como sarnoso perro callejero
que recibió un mendrugo y por la dádiva
pretende haber hallado al fin un dueño.

Como escudero tuyo, te fui grato,
ahora que soy el amo, me molestas.
¡Son cosas de los hombres!
Y yo bebí la sangre de tu herida,
devoré tus quimeras y. . .¿ qué quieres. . . ?
soy un hombre, un hombre como todos.

Luis Manuel Torres
(Mexicano)

ACAPULCO

Hay algo indefinible en Acapulco
de rostro de mujer amada
salvando la distancia con vaguedad
de sombras o cabrilleos de espumas
que surge sobre el mar,
como cuerpo desnudo palpitando
bajo un fino negligé de seda;
como leve caricia remanente
de hoguera ya apagada.

Un algo que se evade a las palabras
y sin embargo vibra; y acariciando pone
ramalazos de luz bajo los párpados
y sensación de arena entre las manos;
un algo indefinible, tan vago y perentorio
como el sutil perfume de una carta
olvidada en el fondo de un arcón;
como un rumor de rezos opacos de penumbra
o vieja melodía marcando sobre el negro
mosaico de la noche un paso de minué.

Hay algo indefinible en Acapulco,
grácil como ese rítmico remedo de ballet
en que los pies son alas resbalando
sobre la piel azul del cielo
una caricia blanca en busca del manglar;
como rabia de tumbo desgarrada
y hecha risa en los dientes
ya romos del peñón
un algo tan ardiente como el moaré de arena
de la duna que burla la avidez de las manos
con que las olas tratan de evadirse del mar.
Algo que es. . . ¡Acapulco, nada más Acapulco!
por mucho que sus olas sean del mar de otras playas,
por mucho que otras playas tengan su mismo sol,
en muy lejanas tierras
las melódicas sílabas de Acapulco se enlazan,
resuenan y deslumbran y aunque después resbalen
sobre las manos grises de la habitual rutina,
aunque después se queden en el millón de hitos
que fijan en la cinta polvosa de el camino
todo intento de fuga,
filtradas en las venas a manera
de extraño bebedizo, de sed nunca saciada,
de afán jamás colmado,
quedan acurrucadas en el desván del tiempo
esperando una tarde lluviosa y deprimente,
un sol sin sol sobre las rúas
o un hartazgo de prisas y pregón,
para trocar en alas las odiosas raigambres
y transportar el alma a que comulgue
con Dios que en Acapulco
es sol , es brisa y mar.

Luis Manuel Torres
(Mexicano)

domingo, 20 de enero de 2008