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lunes, 27 de octubre de 2008

Contestando a Cato (Lic. Teófilo Berdeja Aivar)

Muchas cartas elogiosas he recibido, amigo migo mío, de coterráneosY de portorriqueños, colombianos, venezolanos, como de Quito, Guatemala o de Argentina; pero la suya,- ¡única de un acapulqueño!- -cuando más al margen estoy de es feria de vanidades a la que muy pocos escritores escapan, me ha llenado de un regocijo casi pueril que como un multicolor juguetillo, vino a distraerme de éste hondo cansancio, de esta abrumadora sensación de inutilidad que en los últimos tiempos tenazmente me ha inducido a la fuga como si fuera posible fugarme de mí mismo. Más que sus conceptos, señor, fueron las lágrimas de los ojos de mi esposa al concluir de leer su carta, los que me dieron nuevos arrestos para sobreponerme más al cansancio, al profundo asco que me ocasionan todos aquellos por cuya dignidad y cuya hombría, he peleado hace ya mucho tiempo. El dueño de restaurante que me suplica lloriqueante que suprima su anuncio de mi periódico porque puedo “comprometerlo” el bonancible tendero que aduciendo la falta d cédula y número me retira la ayuda de $25.00. Los honorables profesionistas que si no me aturrullan tratando de hacerme volver a la cordura, me niegan todo su apoyo. El capitán de empresa que no comprende la mía, ¡Todo un pueblo culto que grita día a día, con muy contadas y honrosas excepciones “¡No te acerques porque me tiznas. . . ¡” Como usted no ignorará, después de quince años de absoluto silencio, recordé que sabía escribir para ¡ defender abejas ! y creo que desde entonces, no he hecho otra cosa que defender abejas haciendo mías las palabras de Maeterlinck: “Quiero hablar simplemente de las “ blondas avecillas “ de Ronsard, como se habla, a los que no conocen, de un objeto conocido y amado. Hace mucho tiempo renuncié a buscar en este mundo una maravilla más interesante y más bella que la verdad o, al menos, el esfuerzo del hombre por defenderla. “ Y la patria, señor, tiene mucha similitud con las abejas, no tanto porque da la vida al clavar su aguijón al intruso, sino porque todos hablan de ella y son muy pocos los que la comprenden y muchos menos los que la sienten. Se me ha acusado sistemáticamente de un afán de notoriedad del cual disto mucho. Fácil me fue escribir en “Excelsior” y, aún recibir buena soldada, fácil me sería escribir en donde me pluguiese e inflar mi Yo con el fuelle de cien mil ejemplares diarios; pero para ello tendría, nada más, que dejar de defender abejas; porque aún para aquellos que se declaran paladines de la democracia y campeones de la verdad engordan explotando el mito de la primera y dosificando la segunda. ¡ Todos están dispuestos a decir verdades amargas; pero no a que caigan en la taza de chocolate de su desayuno!. Por otra parte, amigo mío, su carta a la par que conmovía al hombre, hizo sonreír socarronamente al viejo; porque en ella se delata, nítido, incontrovertible y mejor que en cualesquiera de sus artículos, como rugido largamente contenido, como imprecación de reto, ese mi empeño del cual usted trata de que desista tal si quisiese ponerlo sobre sus hombros. No es usted un amigo lleno de condolida oficiosidad es, usted, ni más ni menos, el luchador más joven que grita al veterano con un muy vernáculo decir: ¡No te rajes!; más aún, toma usted mi lugar y cerrada la visera del yelmo reparte mandobles con singular denuedo. Y justo es reconocer que dolerán más los suyos que los míos. ¿Pelear. . . ?, ¿Querellarme. . . ?, ¡Ni lo uno ni lo otro! Para pelear es forzoso un antagonista, no lo he encontrado hasta la fecha. Regalo de los dioses sería para mí poner a prueba el temple de mi pluma con la de aquel que supiera usar la suya, si no con honor, siquiera con ingenio que pudiese haciendo fina malla la dialéctica, presentarme batalla y el único caballero que por empresas en el yelmo y motes en el escudo, ganados siempre en buena lid, pudiera hacerlo, ¡Está conmigo y conmigo irá, quizá hasta que muera, arremetiendo contra molinos de viento y odres de vino que no otra cosa ha hecho usted, amigo mío. Deberá reconocer, señor, que una cosa es pelear y otra, muy diferente es CAZAR RATAS, así como convendrá conmigo en que, un caballero. . . Si todo ello se hizo evidente y los dos años de prisión se resuelven en una multa de cien pesos, se pondrán en evidencia dos perfectos sofismas, el de mi ingenuidad y el de la justicia; porque el exhibir a las ratas que trataron de morderme, no tiene la más pequeña importancia; pero desencuevar ratas para que corran en ayuda de sus compañeras en desgracia y sacudir como alfombra la túnica de Themis para que salgan las muchas que esconde, es ya no sólo placer, sino un interesantísimo experimento digno de exponerse a ser considerado un perfecto bobalicón. Su carta podría reducirse en una sola frase: “Deja que las ratas chillen, será señal de que vamos pisoteándolas”; pero las ratas tienen rabia, señor, y día a día van contaminando a todo aquél que muerden, no para que se retuerza en la agonía dantesca de la hidrofobia; sino para destruir que así me multiplicara en mil titanes, y volcara los montes de revés, me sería imposible extirpar las raíces que en miríadas de filamentos adventicios sorben la esencia de la patria convirtiéndola en un erial, en donde trisca un hato de borregos la escasa hierba y los lobos engordan vendiendo la lana. Trato a grandes voces de hacer comprender a los borregos que son hombres. No sólo sé que escribo en el aire, que siembro en la arena, que aro en el mar, sé, todavía más, que tarde o temprano me habrán de destruir haciendo unánime el grito de: ”¡No te acerques, porque me tiznas!”. Y no será por desgracia, la muerte la que me libere de ésta mi irremediable locura. Tendré que irme arrastrando la pesadumbre de ser hombre y no tener patria. De Sócrates, señor. He aprendido el soberbio fatalismo de su despedida: “Cuando mis hijos sean mayores, si los veis buscar la riqueza u otra cosa distinta a la virtud, castigadlos con los tormentos que yo os di. Decididamente, señor, no considerando la justicia como una generosidad ni aceptándola como el capricho de los más fuertes, me quedo con la filosofía de Sócrates no porque crea en él que es practicando la virtud como cada ser vive normalmente; porque la vida nos enseña que la gente vive practicando todo, menos la virtud; pero, si estoy de acuerdo en que viviendo normalmente se es feliz y yo, así le parezca inverosímil, soy feliz en un elevadísimo tanto por ciento que dudo mucho que los otros hombres alcancen. No soy, nunca lo he sido virtuoso, si algo puede abonarse a mi favor es el que si he dejado que señoreen mi albedrío los pecados –fiera, jamás he descendido a los pecados-reptiles. Mi bondad o mi rectitud no son nada más que una forma del egoísmo. Condenado por mi sordera a un casi total enclaustramiento y, durante muy largos años, obligado a vivir conmigo mismo, además de desligarme de los mil fetichismos,-tiempo riqueza, posición, poder,o vanidad que encarcelan al hombre tuve, sobre todo que aprender a vivir conmigo mismo y así, aunque parezca absurdo, tengo que dar para darme, que defender para defenderme, que ser leal para no traicionarme y que pelear para poder vivir en paz y ser feliz. Exhibir ratas es un agradable pasatiempo, amigo mío, defender abejas es mucho más difícil porque hay que defender a Roscio sin despertar las iras de los muchos Silas que gobiernan a Roma y todo lo que puede hacer el carpintero para tratar de emular a Cicerón es lanzar una y otra vez la inventiva:¿ Quousque tanden Alemanis abutere patientia nostra?. No sería necesario que los guerrerenses aprendieran latín, bastaría que recordaran que esta es su tierra y que esta tierra pertenece a México, para que se enfrentaran a Catilina. Que los vientos, las aguas, y la tierra le sean propicios, mi buen amigo, ¡Siempre son más piadosos que los hombres!

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