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sábado, 6 de octubre de 2012


 E  B  A  N  O
 
El ébano en la selva, alberga un alma negra
cual si nutrido hubiera la sucesión de anillos
en su tronco, con las sombras del humus
en que clava sus ávidas raigambres;
pero el sol que acaricia sus ramajes enhiestos
hace su albura negra y su corteza clara.
¡Lo mismo que los hombres de procedencia nórdica
que tienen la piel nívea y el alma negra!
 
Pero tú, negro, ébano sin follaje,
ébano en cuya savia  la lumbre se  ha licuado ,
ébano en que la albura se hace risa jocunda;
pero tú , negro sin raíz en la selva
y enraizado en el limo compacto del asfalto;
tú, negro, en cuyo ancestro
el sol se hizo sombra y encarrujó tu pelo,
tienes el alma blanca de los niños que fueron
y que son todavía, al jugar en la noche
con las bolas sonoras de un tam-tam de tambores
rebotando en un frontis de misterio y estrellas.
 
Desgraciado de ti, ébano del leñoso blanco
y de la albura negra;
te arrancaron del humus de la selva
y ahora que has enraizado en sus ciudades,
las hachas del rencor muerden tu tronco
y mutilan tus vástagos nacidos
por el mismo placer y ese mismo  derecho de placer
de los hombres de piel blanca que han poblado
la tierra de mulatos, y no obstante
te tunden como a can rabioso
tan solo porque dices a una blanca
desde un sopor alcohólico: “¡Hey there, honey. . . ¡”
 
          ¡Birmingham!
 
¡La ruta ochenta de Selma hasta Montgomery!
 
Una jauría de perros de agudos dientes blancos
y una jauría de hombres de romas mentes negras
cebándose en sí mismos al herir con sus porras
la  inermidad patética de tus brazos caídos
y de tu voz cantando a Dios tus aleluyas.
 
¡El hachazo en tu tronco, te desangra la carne
pero a la par exprime, el alma del hachero. . . !
 
¡No te odian a ti, ébano con alma que trajeron
para bestia de carga en sus haciendas;
se odian a sí mismos, odian en ti la infamia
de un Felipe Segundo, de un Rodrigo Cotinho,
de un Antonio Fernández, de la excelente prima
que pagaba per cápita, un puñado de libras!
El sudor de tu cuerpo se hizo copos
de algodón en sus bastas plantaciones;
el fruto de los vientres de tus hembras
habría de arar la tierra en lo futuro
poniendo a buen recaudo su molicie.
Tú eres la raíz de su grandeza
y  eso, mi pobre hermano negro, es una ofensa.
 
     ¡Aleluya. . . , aleluya. . . , aleluya. . . ,
hay un Cristo sangrando, sobre una cruz de ébano!
 
  Luis Manuel Torres  (Mexicano)
    Del  libro” El BUHO”

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