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sábado, 6 de octubre de 2012


EXACTAMENTE, IGUAL
 
 
      ¡Otra mujer en mi vida,
lo de siempre,
un encuentro fortuito,
una mirada atrevida,
una sonrisa. Todo y nada,
nada original
la misma escalera desgastada
del flirt incidental!
 
     Y no sé por cual prodigio
el juguete maltrecho que bombea
la sangre por mis venas,
aceleró su ritmo.
¡El viejo que chochea
tornó el paso cansino
por un dejar en el camino
taconeo primaveral!
 
     Y las manos sedientas de su pelo,
de sus senos,
ávidas de beberse sorbo a sorbo
las turgencias todas de su cuerpo;
el oído oyendo sin captarlo
el timbre de su voz y el cerebro
confuso en el conflicto
de un nuevo madrigal,
como en pretéritos lejanos,
¡Exactamente  igual!
 
      Y las citas, los besos, la locura,
la frase consabida:
“Jamás te olvidaré”. . .
los días cayendo como gotas
sobre tierra de sobra humedecida,
exhausta la ternura
ahogándose en silencio,
y esto,
otra mujer en mi vida,
¡nada más!
 
 Luis Manuel Torres  
(Mexicano) 
(EL BUHO)

ESA   PEQUEÑA . . . . . . COSA.

Como chiquillos locos que dejan la tediosa
rutina de la escuela, para llenar de risas
la florida campiña, ella y yo – una rosa
del brazo de un poeta, – desgranando sonrisas
sobre todas las cosas, buscamos en mis fieles
amigos: -la llanura, el viento, la fragancia
de la tierra mojada, de los rojos claveles,
el sol que se hace brasa y muere en la distancia
con raras opulencias -, un refugio en el cual
pudiera nuestra loca y espléndida alegría
estallar sin peligro del asombro, habitual
en la gente que ignora que el amor es poesía
y que siendo el poeta, como dicen, un loco,
su pasión es locura que contagia su gozo,
su dolor, su ternura, y que le importa poco
pasar por un chiflado si lleva, jubiloso,
una rosa del brazo.

Puso la aristocracia
de mi amada, una nota de insólita belleza,
de luz y de perfume, de finura y de gracia,
sobre la abigarrada muchedumbre que en esa
ocasión, por ser día de plaza, inundaba
de voces y pregones, el humilde mercado
del lugar.

¡Su asombrado regocijo llenaba
de fulgores mi alma!.
Después de haber comprado
que sé yo cuantas cosas . . . chabacanos . . . ciruelas. . .
un panal de miel virgen. . . captó nuestra atención
un puesto en que mezclados con ollas y cazuelas,
con cierta coquetona, luciente distinción,
unos pequeños jarros con nombres en el cuello,
eran rara evidencia de que el rapaz arquero
de los ojos vendados, pone el vivo destello
de su magia, lo mismo en el hábil joyero
que graba monogramas en áureo resplandor,
que en la mano callosa de un vulgar alfarero
que dibuja en sus jarros un nombre evocador.

-¡Mira. . . mira – me dijo señalando un jarrito-
yo lo quiero. . . ¿No ves?. . . Aquel. . . junto al señor. . .
mas acá de Rosario y que Amor lleva escrito!

¡Y por cinco centavos compramos el amor!

La gente la miraba. ¡Aquello era inaudito,
mi amada iba sonriente llevando en una mano
una capa de pieles y en la otra un jarrito
de barro, con el nombre del más dulce tirano!. . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Y en el pequeño hogar que ve la milagrosa
floración de ternuras, sobre una repisilla,
asomado a su cuello rojo botón de rosa,
pone su gracia humilde el jarrito de arcilla;
y si alguna persona lo contempla y curiosa
le pregunta a mi amada con sonriente intención
no exenta de ironía: “Y esa pequeña . . . cosa
es para hacer más vivo el lujo del jarrón ?. . . ”
Mi dueña se sonríe, me contempla un instante
y con voz que traduce en ritmo la emoción:
-¡Esa pequeña . . . cosa –responde al visitante-
encierra en su simpleza una inmensa ilusión!. . .

Luis Manuel Torres
  (Malgré Tout)
   Mexicano.  

martes, 25 de enero de 2011

LA ELEGIA DE LOS AHORCADOS

(Poema al estilo Chocano dedicado muy afectuosamente a la penúltima víctima del dulce dogal, mi amigo Alfredo Salinas)

Lentamente, lentamente,

como moscas que cayeran en las mieles de un papel,

con smokings alquilados, van cayendo, van cayendo

en el tálamo nupcial, los muchachos esforzados

de la vieja editorial.

De la Fuente, de la fuente el primero,

aguerrido caballero,

que con gesto adusto y fiero

y un escudo virreinal,

frente al cura, poseído

de la mágica locura,

puso en torno de su cuello

la dulzura del dogal.

Luego Chávez como imagen rediviva

de aquel indio gigantesco

que en las naves del hispano vio cautiva

su prosapia principesca

o al igual que un zopilote

que por rara complacencia

del destino se vistiera de chaqué,

tieso y serio cual popote,

ante fina concurrencia

que pensaba. . . no se qué,

el camino de la uncida caravana

principió.

Mas las alas de la suerte,

de esa suerte adversa y ruda

que los árboles desnuda

con el beso de la muerte,

ya reclama, ya reclama

otra víctima propicia

que mitigue la avaricia

del ministro que proclama

la delicia del perfecto matrimonio,

de ese lazo casto y puro

que, seguro, no lo rompe ni el demonio.

Y Salinas es la víctima elegida

para el clásico ritual,

sus pupilas sibilinas

se emborrachan de quimeras

con el vino azul violeta

de unas lánguidas ojeras

y su boca criticada de sensual,

frunce inquieta

vago gesto de pecado capital.

Ya la zarpa, esa zarpa

que disfruta sus rudezas

con besitos y ternezas

y con música de arpa,

esa zarpa que se inicia con caricias

y tibiezas y recónditas delicias,

ha tapado con su sombra

la figura diminuta

del marqués que nos asombra

realizando su ca. . . charro,

y su pase reclamando,

no aceptando ni un cigarro

que ha dejado de fumar

y se afana y a Dick Tracy bien le tupe;

porque en fecha no lejana

según supe, un jacal se va a comprar.

Lentamente, lentamente

como moscas que cayeran en las mieles de un papel,

van cayendo, van cayendo

en el tálamo nupcial,

los muchachos aguerridos

de la vieja Editorial.

Por la noche, poco a poco,

cobra pálidos perfiles

la silueta de un guerrero

aventurero, mal vestido

que el tobillo ve ceñido

por el trágico grillete de la paz matrimonial.

Y del fondo de la noche,

como lúgubre gemido,

como trágico reproche

que se trueca en alarido

y desgarra con su garra

el silencio sepulcral,

su voz hueca y retumbante,

repercute resonante

en la vieja Editorial.

¿Que se hicieron

esos bravos paladines

del ensueño y la locura,

esos pálidos donceles

que prendidos de las crines

de los líricos corceles

galoparon a la luna?. . .

¡¿Dónde están?!. . .

Y otra voz que tal parece

que viniera desde Otumba

le responde con un tono

mitad ira, mitad zumba

que se clava con encono:

- ¿Dónde están!. . .

Ni sus huellas nos dejaron

que se ahorcaron, que se ahorcaron, capitán!.

El borlote ya olvidaron,

en burgueses se tornaron

sólo piensan en el gasto,

en el pago de la gata

que reclama buena plata,

en comprar aqueste trasto

que sus dueñas encargaron,

en la luz y el abonero,

en el próximo sombrero

que reclama la costilla

que en sus trece se encastilla,

en ganar mucho dinero

y en empeño tesonero

de lograr algo que chilla.

No disparan ni un helado;

porque piensan que es pecado

el gastarse un quinto fuera

del hogar que los espera.

Ya no corren tras las damas enlutadas

y se pasan las veladas

muy modosos en casita

contemplando la exquisita

figulina de la esposa

con mirada enternecida y amorosa.

Ya dejaron el deporte

de jugar con las mujeres

y prefieren los placeres

de reñir con la consorte.

Ya no gustan de ese juego

que en las venas pone fuego

y en los labios madrigales

y muy serios y formales

del boliche forman clubes

como cándidos querubes.

Su moral se fortalece,

un dramón los enternece

y detestan esa impura,

sicalíptica lectura

que nos da “Caricatura”

Como Torres no comulga

con sus ruedas de molino

lo apabullan como a pulga

con furioso desatino

y en sus críticas tonantes

le adjudican cinco amantes

cuando acaso, sólo una

le concede su fortuna.

¡No!, mi cuate compañero de ultratumba,

es dislate el que esperes visionario

encontrar un legionario

que le tupa a las mujeres y a la rumba

que en los ámbitos sombríos de éste lúgubre salón

los que fueron . . . ¡ YA NO SON ¡

Es forzoso que dolido reconozcas

que los cóndores del nido

ya cayeron, ya cayeron

como moscas y es inútil

recordarles la inconsútil

dulce trama que se llama

¡VACILON!.

¡Los que fueron

Oh guerrero –

aventurero

¡YA NO SON!

Dan las seis de mañana,

es abierta una ventana

en el lúgubre salón

por la mano temblorosa,

bien mugrosa,

del gran Chon

y a la luz de la alborada,

con sonora carcajada

las dos sombras se escabullen

exclamando al tiempo que huyen

Lentamente, lentamente,

Como moscas que cayeran en las mieles de un papel,

Van cayendo, van cayendo

Con smokings alquilados

En el tálamo nupcial

Los muchachos esforzados

De la vieja Editorial.

(Derechos Adquiridos) (PROHIBIDA LA REPRODUCCIÓN)

(No se admiten comentarios en prosa)

Luis Manuel Torres

1939.

L I B E R A C I O N

Me he evadido de un hombre implacable y sombrío

que cotidianamente me flagela en la estrecha

prisión en que se agosta mi vida inútilmente

y en donde sólo se de silencio y de frío,

de sombras y mendrugos, ignoro que pecado,

que crimen tan monstruoso puedo haber cometido,

por lo que todo aquello que antaño fuera mío,

la música, la luz, el color, las estrellas,

sistemáticamente me es ahora vedado.

Mis ojos, poco a poco, perdiendo van su intensa

mirada y en mis labios ya se marcan las huellas

de un rictus de amargura, y hay una sed inmensa,

sed de tierra mandita, de náufrago extenuado.

que ha bebido el veneno de las aguas del mar;

mis manos antes sabias en el sutil cariño,

hoy acaso no pueden volver a acariciar;

se va volviendo viejo mi corazón de niño

y es torpe balbuceo mi anhelo de cantar.

Me he evadido, señora; aproveché un instante

en que los ojos malos del hombre que me apresa

se hicieron casi buenos; no sé si aquél brillante

fulgor de sus pupilas, era una llama obsesa,

maliciosa, taimada una burla a mi empeño

de librarme de él, si vierais. . .¡es un hombre

muy raro quién me guarda!, antes siempre risueño,

hoy, siempre pensativo. A veces dice un nombre

y al escucharlo siento no sé porqué un extraño

y dulce sobresalto. El lo nota, señora,

lo nota y me fustiga y al poner en el daño

inconcebible saña, mi carcelero llora

y delatan sus ojos tan amarga expresión

que mi rencor decrece y pienso enternecido

que al herirme flagela su propio corazón.

Otras veces, señora, con un gesto abatido

Se me acerca y clavando, cual dos turbias saetas,

Su mirada en mis ojos, se disculpa pueril.

¡mientras que habla, sus manos, temerosas, inquietas,

me sugieren dos raras arañas de marfil.

Vagamente recuerdo- ¡cuánto tiempo ha pasado!-,

que antaño no tenía las sienes entre canas,

tan áspera la voz, ni ése andar tan cansado,

ni ése extraño mirar. Son cosas tan lejanas

que me llegan borrosas cual si hubiesen cruzado

una espesa neblina o empapado se hubieran

en una tinta gris. . .

Es absurdo, no obstante,

fue muy cierto, señora; quería que florecieran

las rosas en otoño, que el astro cintilante

se volviera cantar y decía jubiloso

que llevaba una llama dentro del corazón.

Y lo extraño del caso, lo absurdo, lo asombroso;

¡era que en mí sentía la llama y la canción!.

¡Como duele el recuerdo, cómo duele Dios mío,

cuando antaño hubo risas y hogaño hay amargura!.

Su cerebro se ha vuelto calculador y frío

y ni un vestigio queda de su antigua locura.

Libertadme, señora, mi torvo carcelero

dormita, pero puede, de pronto, despertar,

y ha de ser mi castigo sumamente severo

si sabe que he venido piedad a suplicar.

cierto es que yo tampoco gusto del plañidero

lamento que mendiga, ni es mi empeño, señora,

llevarme un despectivo: “Anda con Dios, hermano”

que envilece al que brinda y envilece al que implora

y hace que sea una braza la moneda en la mano.

Si os hablo de mi pena también la de él os digo,

-¡más es lo que ha perdido que lo que yo perdí!-,

comprendedlo, señora, no soy ningún mendigo

pues en verdad os pido, más por él que por mí.

No sé por cual prodigio pude evadirme ahora

del hombre que me apresa en su estrecha prisión,

fuerza es ya que retorne. . . Libertadme, señora,

vos tenéis el secreto de mi liberación,

es el vuestro ese nombre que su boca murmura

y sois vos el motivo de su amarga obsesión.

Si efectúas el milagro, señora, su locura

le encenderá una llama dentro del corazón,

vos tendréis un tesoro de amor y de ternura

y yo lanzaré a los vientos mi más bella canción.

Luis Manuel Torres

1957.

viernes, 26 de diciembre de 2008

lunes, 27 de octubre de 2008

Contestando a Cato (Lic. Teófilo Berdeja Aivar)

Muchas cartas elogiosas he recibido, amigo migo mío, de coterráneosY de portorriqueños, colombianos, venezolanos, como de Quito, Guatemala o de Argentina; pero la suya,- ¡única de un acapulqueño!- -cuando más al margen estoy de es feria de vanidades a la que muy pocos escritores escapan, me ha llenado de un regocijo casi pueril que como un multicolor juguetillo, vino a distraerme de éste hondo cansancio, de esta abrumadora sensación de inutilidad que en los últimos tiempos tenazmente me ha inducido a la fuga como si fuera posible fugarme de mí mismo. Más que sus conceptos, señor, fueron las lágrimas de los ojos de mi esposa al concluir de leer su carta, los que me dieron nuevos arrestos para sobreponerme más al cansancio, al profundo asco que me ocasionan todos aquellos por cuya dignidad y cuya hombría, he peleado hace ya mucho tiempo. El dueño de restaurante que me suplica lloriqueante que suprima su anuncio de mi periódico porque puedo “comprometerlo” el bonancible tendero que aduciendo la falta d cédula y número me retira la ayuda de $25.00. Los honorables profesionistas que si no me aturrullan tratando de hacerme volver a la cordura, me niegan todo su apoyo. El capitán de empresa que no comprende la mía, ¡Todo un pueblo culto que grita día a día, con muy contadas y honrosas excepciones “¡No te acerques porque me tiznas. . . ¡” Como usted no ignorará, después de quince años de absoluto silencio, recordé que sabía escribir para ¡ defender abejas ! y creo que desde entonces, no he hecho otra cosa que defender abejas haciendo mías las palabras de Maeterlinck: “Quiero hablar simplemente de las “ blondas avecillas “ de Ronsard, como se habla, a los que no conocen, de un objeto conocido y amado. Hace mucho tiempo renuncié a buscar en este mundo una maravilla más interesante y más bella que la verdad o, al menos, el esfuerzo del hombre por defenderla. “ Y la patria, señor, tiene mucha similitud con las abejas, no tanto porque da la vida al clavar su aguijón al intruso, sino porque todos hablan de ella y son muy pocos los que la comprenden y muchos menos los que la sienten. Se me ha acusado sistemáticamente de un afán de notoriedad del cual disto mucho. Fácil me fue escribir en “Excelsior” y, aún recibir buena soldada, fácil me sería escribir en donde me pluguiese e inflar mi Yo con el fuelle de cien mil ejemplares diarios; pero para ello tendría, nada más, que dejar de defender abejas; porque aún para aquellos que se declaran paladines de la democracia y campeones de la verdad engordan explotando el mito de la primera y dosificando la segunda. ¡ Todos están dispuestos a decir verdades amargas; pero no a que caigan en la taza de chocolate de su desayuno!. Por otra parte, amigo mío, su carta a la par que conmovía al hombre, hizo sonreír socarronamente al viejo; porque en ella se delata, nítido, incontrovertible y mejor que en cualesquiera de sus artículos, como rugido largamente contenido, como imprecación de reto, ese mi empeño del cual usted trata de que desista tal si quisiese ponerlo sobre sus hombros. No es usted un amigo lleno de condolida oficiosidad es, usted, ni más ni menos, el luchador más joven que grita al veterano con un muy vernáculo decir: ¡No te rajes!; más aún, toma usted mi lugar y cerrada la visera del yelmo reparte mandobles con singular denuedo. Y justo es reconocer que dolerán más los suyos que los míos. ¿Pelear. . . ?, ¿Querellarme. . . ?, ¡Ni lo uno ni lo otro! Para pelear es forzoso un antagonista, no lo he encontrado hasta la fecha. Regalo de los dioses sería para mí poner a prueba el temple de mi pluma con la de aquel que supiera usar la suya, si no con honor, siquiera con ingenio que pudiese haciendo fina malla la dialéctica, presentarme batalla y el único caballero que por empresas en el yelmo y motes en el escudo, ganados siempre en buena lid, pudiera hacerlo, ¡Está conmigo y conmigo irá, quizá hasta que muera, arremetiendo contra molinos de viento y odres de vino que no otra cosa ha hecho usted, amigo mío. Deberá reconocer, señor, que una cosa es pelear y otra, muy diferente es CAZAR RATAS, así como convendrá conmigo en que, un caballero. . . Si todo ello se hizo evidente y los dos años de prisión se resuelven en una multa de cien pesos, se pondrán en evidencia dos perfectos sofismas, el de mi ingenuidad y el de la justicia; porque el exhibir a las ratas que trataron de morderme, no tiene la más pequeña importancia; pero desencuevar ratas para que corran en ayuda de sus compañeras en desgracia y sacudir como alfombra la túnica de Themis para que salgan las muchas que esconde, es ya no sólo placer, sino un interesantísimo experimento digno de exponerse a ser considerado un perfecto bobalicón. Su carta podría reducirse en una sola frase: “Deja que las ratas chillen, será señal de que vamos pisoteándolas”; pero las ratas tienen rabia, señor, y día a día van contaminando a todo aquél que muerden, no para que se retuerza en la agonía dantesca de la hidrofobia; sino para destruir que así me multiplicara en mil titanes, y volcara los montes de revés, me sería imposible extirpar las raíces que en miríadas de filamentos adventicios sorben la esencia de la patria convirtiéndola en un erial, en donde trisca un hato de borregos la escasa hierba y los lobos engordan vendiendo la lana. Trato a grandes voces de hacer comprender a los borregos que son hombres. No sólo sé que escribo en el aire, que siembro en la arena, que aro en el mar, sé, todavía más, que tarde o temprano me habrán de destruir haciendo unánime el grito de: ”¡No te acerques, porque me tiznas!”. Y no será por desgracia, la muerte la que me libere de ésta mi irremediable locura. Tendré que irme arrastrando la pesadumbre de ser hombre y no tener patria. De Sócrates, señor. He aprendido el soberbio fatalismo de su despedida: “Cuando mis hijos sean mayores, si los veis buscar la riqueza u otra cosa distinta a la virtud, castigadlos con los tormentos que yo os di. Decididamente, señor, no considerando la justicia como una generosidad ni aceptándola como el capricho de los más fuertes, me quedo con la filosofía de Sócrates no porque crea en él que es practicando la virtud como cada ser vive normalmente; porque la vida nos enseña que la gente vive practicando todo, menos la virtud; pero, si estoy de acuerdo en que viviendo normalmente se es feliz y yo, así le parezca inverosímil, soy feliz en un elevadísimo tanto por ciento que dudo mucho que los otros hombres alcancen. No soy, nunca lo he sido virtuoso, si algo puede abonarse a mi favor es el que si he dejado que señoreen mi albedrío los pecados –fiera, jamás he descendido a los pecados-reptiles. Mi bondad o mi rectitud no son nada más que una forma del egoísmo. Condenado por mi sordera a un casi total enclaustramiento y, durante muy largos años, obligado a vivir conmigo mismo, además de desligarme de los mil fetichismos,-tiempo riqueza, posición, poder,o vanidad que encarcelan al hombre tuve, sobre todo que aprender a vivir conmigo mismo y así, aunque parezca absurdo, tengo que dar para darme, que defender para defenderme, que ser leal para no traicionarme y que pelear para poder vivir en paz y ser feliz. Exhibir ratas es un agradable pasatiempo, amigo mío, defender abejas es mucho más difícil porque hay que defender a Roscio sin despertar las iras de los muchos Silas que gobiernan a Roma y todo lo que puede hacer el carpintero para tratar de emular a Cicerón es lanzar una y otra vez la inventiva:¿ Quousque tanden Alemanis abutere patientia nostra?. No sería necesario que los guerrerenses aprendieran latín, bastaría que recordaran que esta es su tierra y que esta tierra pertenece a México, para que se enfrentaran a Catilina. Que los vientos, las aguas, y la tierra le sean propicios, mi buen amigo, ¡Siempre son más piadosos que los hombres!

viernes, 24 de octubre de 2008

PROLOGO

Allá en mis mocedades, cuando vivía la hermana buena, cuando como todo escritor novel el sólo hecho de ver mi pseudónimo en letras de molde me producía una deliciosa satisfacción, cuando escribir era para mí una necesidad tan imperativa como amar, dormir o comer, cuando me amaba sobre todas las cosas a través de mis engendros literarios, con una ingenuidad disculpable en quien hace sus pinitos, igual a la exultante alegría de un recién casado, soñaba con la gloria, una gloria estupenda por no precisarse en una meta. ¿después? . . . ¡La rutina! ¡El dinero! ¡ La siempre odiada esclavitud, el cerco implacable que siempre había rehuido! Escribir dejó de ser para mí una necesidad espiritual, la válvula de escape de mi inquietud, la lucha por la fama pasó a ser la prosaica lucha por la vida, mucho más dolorosa que aquella lucha salvaje cruzando el interminable callejón abierto por la vía en las selvas chiapanecas en un ocaso implacable, que aquél doblar las espaldas bajo el peso de un saco de cien kilos, que el pintar inacabable de un casco de vapor de cabotaje. El capataz siempre repudiado se había vestido irreprochable terno de casimir inglés. Éramos cuarenta empleados, de los cuarenta yo era el único que sabía escribir, el jocker de la mutilada baraja editorial. Los escritores entregaban sus colaboraciones y se iban, yo, no considerado como escritor sino como empleado, escribía más que los escritores. Si necesitaban pies para las fotografías de una de las revistas se me llamaba, si había que hacer un cuento infantil, se me llamaba, si urgía un editorial, ahí estaba yo, y bueno para todo un día me encontré frente a un cuaderno de modas describiendo las últimas creaciones recibidas de París, para continuar redactando la explicación de un bordado a punto de cruz. Bien hubiera estado que se me trasformase en una máquina de escribir que amén de hacerlo, formaba para rotograbado, vigilaba cristales y atendía consultas sentimentales, escribía a las lectoras almibaradas cartas de amor, atendía la correspondencia comercial y hacía paquetes en la bodega, si no se hubiera tratado de sujetarme a un horario de hortera que debe llegar a la hora exacta o pagar cinco centavos por cada minuto de retraso, si no se hubiese luchado con tesón digno de mejor causa por modificar mi carácter perfectamente absurdo y no menos perfectamente irremediable, si no se me hubiese herido con mezquindades económicas naturalísimas en una fábrica de ropa íntima; pero increíbles para un hombre que comenzaba a hacer versos y como lo que he escrito lo dije con toda su crudeza al amo, un buen día llené dos cajones de papeles y abandoné aquél floreciente negocio para escribir libros en otro negocio floreciente. ¡ Ahí comenzó la segunda etapa de mi vida! Esa dislocada segunda etapa mil veces más intensa, más complicada, más amarga que la primera que he bosquejado. Escribí mi primer novela con todo el cariño con que el jovenzuelo escribía sus cuentos o sus poemas; pero circunstancias especiales me impidieron vigilar su edición y el libro de doscientas páginas, amén de haber sido mutilado inmisericordemente cercenándole no solo párrafos sino hasta un capítulo completo, ofreció en sus doscientas páginas, más de trescientas garrafales erratas. ¡ En errores sólo mi vida es comparable a mis libros!. Continué escribiendo porque necesitaba continuar comiendo y la imperativa e ineludible necesidad derrumbó definitivamente todo afán de gloria sin que la claudicación haya implicado mi descenso a panegirista de tal o cual credo político que podía arrimarme a la ubre gubernamental de tal o cual personaje posible mecenas protector, únicamente me plegué a escribir libros comerciales, libros que se vendan pronto, libros que no dan gloria; pero si dan dinero. . . ¡al editor!, “El Moderno Secretario” “ El Manual del Carpintero” “El Perfecto Declamador” o novelas con títulos ultra sugestivos como “ Los 7 Casos de Mis Siete Amantes”, o “Las Tres Virginidades de Catita”, que, urgidos por el problema económico, no permitían el mínimo pulimento. Llegó el amor y me dejó sin nada. Fatigosamente comencé a resurgir de esa nada, escribiendo desganadamente, a la fatigosa y desagradable tarea de corregir pruebas, de redactar artículos que no firmaba, adentrándome cada vez más en el mundo periodístico, trasmutando el escritor a un anónimo corrector de pruebas que cotidianamente se movía en los cuatro pisos de uno de los más importantes diarios de México, que conocía a todo el mundo en los talleres y a quien todos concluyeron por conocer como el corrector de x revistas y a la par un magnífico ¡carpintero! Pues llegó el día en que desapareció la necesidad de escribir parar comer y decidí liberarme definitivamente de la tiranía literaria que no tenía ya para mí ni el mínimo incentivo y dedicarme a encallecer mis manos y fatigar mis músculos en el taller en que distraía mis fatigas intelectuales y acaso no hubiera vuelto a escribir, acaso un buen día vendo maquinaria y herramientas y me voy como tantas veces me fui, por ahí, sin más bagaje que mi cerebro y mi indiferencia total y absoluta por el bien y el mal, por el amor o por el odio, por el norte o por el sur. El dedicarme por completo a labrar maderas preciosas no fue, como podría suponerse, una derrota, la convicción de mi definitivo fracaso en la literatura, la repulsa contundente de revistas y periódicos, la falta de un editor, puedo vender mis colaboraciones, puedo vender mis libros y aún ¡puedo vender mis poemas!; fue un gran cansancio convertido en deliciosa serenidad, un “exceso de vida”, lo que supongo yo les acontece a los hombres a los sesenta años y que a mí me aconteció a los 35, eso que tan bien define Machado en sus versos:“Ni os amo, ni os odio, con dejarmelo que hago por vosotros podéis hacer por mi,que la vida se tome la pena de matarmeya que yo no me tomo la pena de vivir” Un bajarme del escenario y sentarme cómodamente en primera fila a divertirme con la representación. ¡El amor? Una necesidad fisiológica. La riqueza algo perfectamente inasequible y para mis frugales costumbres, poco tentador. ¡La gloria? ¡Un espejismo demasiado caro y para mi idiosincrasia, muy difícil de pagar ¡Amor, riqueza, gloria, representaban un cúmulo de fatigas, de complicaciones, de contrariedades y yo me encontraba sumamente cómodo en mi asiento de espectador, encantado de mi fama de tornero y ebanista, satisfecho con el cariño incondicional de mi perro. Cada vez más apartado de los hombres y todo lo humanamente posible de las mujeres. Dueño absoluto de mi mismo, libérrimo para ir a donde me pluguiera, para hacer lo que me gustase, para decir lo que se me ocurriese a quien se le ocurriese pedirme mi parecer y así ¡ Porqué había de complicarme la vida escribiendo?. Pero hete aquí que de pronto, cuando ya estaba definitivamente borrado de mis aspiraciones y había perdido toda su vieja calidad romántica y era apenas un sedimento desagradable en mi corazón, llegó un amor tan completo, tan lúcidamente loco y tan maduro en su juvenil entusiasmo, tan maravilloso que me da pena confesarlo porque nadie creerá en él, no creerá en él el que ama porque su amor será el maravilloso, no creerá en él el que amó porque dirá. . . ¡Deja que pase el tiempo! No creerá en él el que nunca ha amado porque pensará: ¡El amor no existe! Más yo lo tengo, me he ceñido en torno suyo como la hiedra de la Ibarborou, no se irá ni yo aflojaré los lazos, lo demás no me importa. Llegó el amor exactamente como llega la luz del sol; pero no como llega tras una noche de doce horas a los ojos adormilados, no empobrecida por la rutina de alboradas; sino recibida con el júbilo de quien había creído, en una noche polar, haber cegado a todo resplandor jocundo, a todo calor preciso y en la negación irremediable gozaba la parálisis progresiva de una desolación sin lágrimas, sin reproches, sin rebeldías y de pronto sus pupilas como dos hilanderas felices que devanan en la rueca de su corazón la madeja rubia de un día antes jamás amanecido. Naturalmente el lector, sonriente supondrá que la llegada de ese amor, del inefable “último amor” que siempre se cree el primero; pero que yo decididamente creo el último, filtró nuevas energías en mis venas, resucitó viejos ensueños, desempolvó romanticismos, y con un atrevido gesto luminoso derrumbó la serenidad de indiferencia que me caracterizaba antes de que llegase y, derrumbó precisamente al odiado epíteto de “pose”, indiscutiblemente reconozco que modificó mi sentido de la felicidad, me hizo pasar de una estancia tenuemente iluminada a otra en que todo era eclosión de luz y de colores recorriendo todas las intensidades y todos los matices;Pero, he ahí lo difícil de explicar, me transformó sin transformarme, mi concepto de la vida, de las mujeres, de los hombres, del pecado, y de todo lo que es necesario tener un concepto que por infaltable se parece al sarampión, siguió siendo el mismo. Me pueril icé como un viejo podría ponerse a jugar con sus nietos a los soldaditos; me volví romántico como un neurasténico puede beber sorbos de luna una noche cualquiera; creo como el escéptico cree en la ley de gravedad o en la inutilidad del voto; en fin, me volví dulce, bueno, crédulo, pueril, leal, sincero y todo eso que nunca son los que dicen serlo; pero exclusivamente para una mujer, mucho más meritorio a mi juicio que haberme regenerado para la humanidad, meritorio y cuerdo pues en la disyuntiva de confiar en una mujer y confiar en la humanidad opto por lo primero que lo segundo entraña mayores riesgos y muchas menos satisfacciones. Así es que la gloria, la riqueza y eso que la mayoría de los hombres llama amor y que consiste en amar a cuanta mujer esté dispuesta a dejarse amar, continúa careciendo para mi de todo interés, si en lo pasado hubo un bosquejo de ambición, se ha empequeñecido hasta casi desaparecer, y a pesar de todo . . . ¡he desempolvado la máquina de escribir, -lástima que no pueda hacer lo mismo con mi cerebro-¡, vuelvo a escribir y en esta vez tan solo por la necesidad de escribir. Luis Manuel Torres. Acapulco, 1959.

BIOGRAFIA

BIOGRAFIA
LUIS MANUEL TORRES Se nace escritor como se nace escultor, músico, o pintor y los predestinados por el arcano no pueden vanagloriarse de su talento Porque no exigió de ellos gran esfuerzo. Desde muy temprana edad Para mi escribir, fue tan fácil como respirar. Después de la preparatoria y un año en el Colegio Militar no tuve más estudios y siempre supe escribir y sigo sabiendo escribir pese a mis 82 años. Puedo vanagloriarme de dominar el Ingles, traducir el Francés, el Italiano el Portugués y el Alemán y tener una muy amplia cultura, porque todo ello demandó un gran esfuerzo. En mi vida las mujeres han tenido un papel predominante, todo lo bueno y todo lo malo que me ha acontecido se debe a ellas. Una pudo por el mucho dinero que tenía, colocarme en un primer lugar en la intelectualidad del país: pero era mayor su egocentrismo que su riqueza y a su afán de centralizar en ella todos los méritos; le molestaba la fama que había adquirido antes de casarme con ella e hizo, del escritor que nací, un carpintero que, gracias a todos los dioses, no ha pedido nada en suficiencia y habilidad al literato. Debo reconocer que no quise defenderme, parte por mi amor de diente y garra y parte porque como novelista me moría de hambre y, sobre todo por una rebeldía también ingénita que no ha admitido ni mínimas claudicaciones. Al iniciarse la televisión, fui contratado por el director del canal cuatro, el primero, como escritor oficial de la estación; pero no me sedujo la perspectiva de tener que escribir “algo así como las tiras cómicas” y dejé la estupenda y singular oportunidad para venir a Acapulco a trabajar como carpintero al hotel Caleta y lo hice porque nací panteísta y Acapulco ya se me había metido en las venas. Doce años no escribí una línea, había sepultado al literato en una montaña de aserrín; tenía coche, tenía lancha y con ella el mar era todo mío; pero gracias a un Licenciado que encabezó la destrucción sistemática de las abejas, volví a escribir para defender a las blondas avecillas de Ronzard. Y desde entonces, 1964 hasta la fecha, el periodista se ha ido comiendo al escritor, porque no todos los periodistas son literatos, ni todos los escritores pueden ser buenos periodistas. La diferencia estriba en que el periodista desarrolla o interpreta como lo hicieron Denegri, Buendía, Elizondo o Mejías, y el escritor crea. El periodista tiene habilidad, el escritor imaginación. A veces me da pena saber que todo lo que escribí va a perderse. Luis Manuel Torres Zayas nació el 15 de noviembre de 1909 sus padres, Adrián Torres y María Zayas. Salió de México en 1927, recorrió centro y sur América dando a conocer con gran éxito la poesía vernácula de México. Anunciador de radio en varios lugares siempre ocupó el primer lugar. Regresó a México en 1934. Actuó en la X.E.B. en el cuadro de Pura Córdova. Tuvo en la misma estación, un programa especial de declamación. Un año después de su regreso inició, en firme, su carrera periodística trabajando en la Editorial Sayrols. Tuvo a su cargo la confección de las revistas La Familia, Misterio, Amenidades y otras. Obtuvo renombre con sus cuentos dialogados en Sucesos Para Todos, como lo demuestran cartas de muchos países allende el Suchiate. Editó doce libros, tres novelas, didácticos, el último libro que editó don Teodoro Torres, director de la revista México al Día, fue de Luis Manuel Torres en 1940 “El Perfecto Declamador” en donde da cátedra de cómo debe declamarse y como hacer poesía. Fue publicista de casas como High Life, Picot, Paris Londres, Bayer, y otras muchas, Muchos de sus slogans se popularizaron, la frase ¡20 millones de mexicanos , no pueden estar equivocados! Él la hizo para la Bayer, después la tomó la cerveza. Trabajó en Excelsior durante siete años, tuvo una sección especial, PUERTO, y contó con la protección y estímulo de don Manuel Horta y de don Gilberto Figueroa- El primero le compró muchos artículos y reportajes para JUEVES DE EXCELSIOR. No vino a Acapulco a “hacer las Américas”. Dejó una magnífica Casa, un modo de vivir decoroso y largos años de labor literaria respaldada por un pseudónimo, de la cual quedaron doce libros cuyas ediciones en algunos cinco, se agotaron por completo. Vino, porque Acapulco se le había filtrado en la sangre; porque su espíritu, por excelencia panteísta, se venció al hechizo de estas tierras en tal entrega que no titubeó en dejar lo mucho que tenía para aceptar el trabajo de carpintero.

De vuelta al corazón

ANTES QUE NADA QUIERO DISCULPARME POR HABER DEJADO UN RATO EL BLOG, PERO UDS SABEN QUE ESTABA UN POCO OCUPADA TENIENDO A MI BEBE... PERO YA ESTAMOS DE VUELTA CON UN NUEVO MIEMBRO EN LA FAMILA...

ESTE REGRESO, LO HACE DE NUEVO MI TIA ERNESTINA CON UNA MUY HERMOSA BIOGRAFIA DE MI TIO LUIS MANUEL, ESPERO SUS COMENTARIOS

lunes, 24 de marzo de 2008

LA PATRIA ES PRIMERO

Señor, estoy avergonzado,
no en lo que a mí concierne
porque siempre he tratado,
dentro de mis pocas fuerzas,
de obedecer fielmente
esa heróica consigna que nos legaste:

Estoy avergonzado,
dolido hasta las lágrimas
del escarnio que han hechode tu célebre frase:

"La Patria es primero"

No, señor, ya la patria
ha caído en desuso,
la patria es un sofisma
que late como enorme
tambora martilleada
por puños de mentiras;
está en todas las bocas
ahogándose en saliva,
pero nadie la lleva
como tú la llevaste
fluyendo por tus venas,
encendiendo en tus ojos
las miriadas de estrellas
de tu cielo y tu ensueño.

La patria es un pretexto
para expandir el tórax,
para engolar la voz
con trémolos que intentan
convencer al oyente
de un genuino fervor,
tan falso, como falsa
es la vieja tizona
de palo que en el teatro
reluce cual si fuera
acero bajo el sol.

¡Pobre de tí si vives
como caricia al viento,
como frescura en frondas,
como dureza en rocas
o en murmullos de mar.
Acaso vas buscando
tal si buscaras tierra
propicia a la simiente
de tu perenne afán;
tal si buscaras puertas
abiertas a tus viejos
empeños libertarios;
tal si buscaras nido
en corazón de hombres
de cutis atezado
sobre su sangre azul,
y que amando la patria
sonrieron a la muerte
como lo hiciste tú.

"La Patria, es primero"
repiten incansables,
ritornelo que urge
saber cual es la patria
que veneran y adulan
devotos de tu frase. . .
¿Es la patria que tienen
en los bancos de Suiza?. . .

¿ Es la patria del buitre
que aprovechó el desastre
para hartar su avaricia?,
¿Es la patria que buscan
en la puerca política
de un sistema caduco?. . .

¿Es la patria que lucra
depauperando al pueblo?. . .
¿ La patria del que premiala
ineptitud supina
con la veste de Themis?. . .
¿Es la patria que ampara
ladrones que saquearon
la fortuna del pueblo
al que están aherrojando
con voraces impuestos
que resarzan los viejos
criminales dispendios?. . .

Estoy avergonzado,
señor, de mi impotencia,
de mi voz sin sonido,
de mis puños sin fuerza,
del continuo fracaso
de éste mi pobre empeño
de acatar el mandato
de tu frase que ahora
nadie quiere escuchar.

"La patria , es primero"
¿Para quienes, señor?. . .
¿Para mí?,
¿De qué sirve?,
¿A quién darle mi vida para salvar la patria?
Tú tuviste a tu lado
un puñado de hirsutos
gañanes que contigo
se jugaban la vida;
pero yo sólo tengo una larga agonía
de soledad y odio,
tal si fuera terrible
pecado tener patria.

Estoy avergonzado,
dolido hasta las lágrimas,
y no por mi fracaso,
sino por el fracaso
de la patria surgida
de tu sangre y ensueño,
patria, señor, que ahora
¡Se ha quedado sin patria!



Luis Manuel Torres (Mexicano)